Suena el tren en la noche
?¿llamando a quién, a quiénes??,
el tren abajo, en los cañaverales,
como una larga serie de pañuelos llorados;
y su llamar se junta al fuego de los perros,
sofocando las luces pequeñas y amarillas,
llamándonos, llamándonos,
porque nosotros, madre, nos iremos en él,
con la canasta virgen y la hermanita enferma
y un envoltorio de pañales
como dormidas mariposas,
y el tren no espera, no, no espera nunca,
y por eso corremos entre el polvo nocturno
como fieles y nítidas luciérnagas…
Poemas salvadoreños
Verdinegra es la piedra, como siempre.
Transparente es el agua, como nunca.
¿Podría imaginarse algún riachuelo
que se olvidara en la sed del día?
Entre el nunca y el siempre hay una alianza.
Entre el siempre y el nunca está el abismo.
Vi la tierra descalza
y quise descalzarme yo también.
Oí el agua desnuda
y quise desnudarme yo también.
Sentí el aire indefenso
y quise estar inerme yo también.
Me habló el fuego en lo oscuro
y quise hallarme solo yo también.
Yo no soy Pedro,
Juan,
ni Segismundo.
Yo no soy pura sangre,
ni mestizo,
ni natural del valle o de la estepa.
Mi pensamiento es un pequeño mundo.
Un mundo de orfandad de pura cepa.
Vine de no sé dónde,
un día en que unas manos
se estrecharon a medias.
Caótico preludio
quemando voces
opacando voluntades
a la vez que dos lenguas en pacto
remueven hondo combate
Quiero morir
con tu espuma carnal
envolviendo
mi pulso casi de polvo
pulpa y zumo
del íntimo adiós
trazarán la sonrisa
que en tus labios de luto
habrás de repetir
mientras el reloj
te aparte el recuerdo
Es tu lengua
acierto de vigilia
dejándose llevar
por el lascivo
inquieto
travieso
viento moreno
de mis muslos
Hebra de agua tibia
descubriendo
mis pechos despiertos
piruetea con la gana
que el espejo refleja
en una marejada
de pulsos agitados
Lápiz de filo diligente
perfilando mi abertura
que se explaya
enardece
y grita
soltando su vena
salpicando los sentidos
Voluntad de labios
sometiendo
labios a su voluntad
Anzuelo que pesca
sujeta
y
vuela
con mi carne
al punto preciso
donde el resuello
dice
que termina
y
la quietud
clama
por nace
Pronto se romperá la cadencia
que sostienen mis días lunares
encanecerán mis venas
mi talle tendrá voz
de verano acabado
cálidos destellos
llevarán el paso a mis horas
no agobies el gesto
mi universo rebasa
los límites de mi cuerpo
Despéñate en el tiempo
que me bebe
muerde esta vida
que me corre sin freno
reparte tus dedos
en la plenitud de mi tacto
La lumbre de mi lento atardecer
será faro de recios brazos
en las arrugas de tu aliento
Cuando me tiene vista
como presa segura
avanza tu falo
descubriendo sus virtudes
trae en su médula
néctar de un principio
y palpitar de un fin
Tímido meñique adormecido
al rozarme
gallardo índice certero
Voz erguida articulando callada conquista
Devoto a la vigilia
arrastra
por los pliegues de mi sombra
rumor de un anhelo
Ávido ofidio
buscando en mi selva
la dulce fruta jugosa
raíz de su ardor
Llave que se acopla
a mi cerradura
se a
b
i
s
m
a en mi secreto
y me inunda y dobla mi frente
con su cálido soplo desgajante
Tus manos
siempre encuentran en mi piel
una senda inexplorada
para zarpar con rabiosa gana
a la apetecida boca
del relámpago carnal
tus manos
saben evadir la rutina
cuando las pienso
se humedece mi memoria
e impaciente las aguardo
Después de romper el áspero
castrante
hostil
cerrojo de las ataduras
apuñalé al pecado
cayendo agónicas
mis trabas y mis culpas
Dejé de pedir permiso para vivir
Disponiendo conocerte
abrí tus brazos en cruz
cristo de mis pasiones
y hundí el sabor
de mi presencia
en tus pies
en tu cuello
en la blanca playa de tu espalda
Recorriéndote fui creciendo
hoja de tu rama
rama de tu árbol
árbol de tu bosque
hoja loca al vaivén
de tu tronco elocuente
Empinando a la fiebre
mi despertar
caminé y rodé en tus cumbres
y tu sexo brotó
dejando su vasta lluvia
en mi rezumante tierra nueva.
El tiempo crucifica
el callado río de mi infancia
de la herida descienden
azoradas lunas fecundas
que a compás de pausas
devastarán el rosa de mi vientre
lo advierte mi vulva
conjugando leyes fulminantes
en todo mi cuerpo
Nerviosa la hora parpadea
ante el tiempo que se ahorca
me rodea me cava me lame
una dicha sin tamaño ni fondo
mis dedos agonizando
en tus costados
se pierden con el mundo
en un suspiro
Se calla la luz
el sonido se apaga
el aleteo de un grito
deja caer sus plumas
en nuestro lecho
tus ojos desplomándose
sobre mi cuerpo vencido
me están escoltando al delirio
Ajeno a mis pensamientos
huiste a un casto silencio
Hoy
que sedienta mi sangre te busca
ni a golpes ni a ruegos
te insinúas
enajenado prosigues
riguroso y oprimido y largamente oscuro
como pasillo de convento desolado
Tú
ángel de dura delicia
apático orgasmo rebelde
erizado temblor
pólvora vulnerable
regresa a mí
y aniquílame
Porque fuiste reto desmedido
a esta alegría
que no me terminaba de nacer
y no teniendo a la vista
otra vida
sino la que desgastan
mis pasos y mis horas
te designo albacea
de mi último suspiro
Escarabajos con cuernos
de marfil
vienen todas las noches
a mi sueño
Brindo con el abuelo
de los escorpiones
y recojo piedras de los libros
Hay mares y ríos y lagos
y muchas comarcas de agua
y no puedo ahogarme
Las palabras
hablan
de ideas sin cuerpo
Tejo
y destejo
en tus ojos
mi mirada
Abro
los decires del lápiz
y siembro
mi pensamiento en la nada
La locura del alfabeto
muere
en la boca del profeta
Con una daga
le extraigo
el corazón
a las cosas
En la nausea
de mi perro
me rebelo
contra las espinas
de mis neuronas
Hace siglos vine de la infancia
encontré dragones
y vasijas llenas de rostros ausentes
En las ascuas de mi memoria
las montañas rugen
El viento golpea
Nada nos recuerda
Sonámbulos caminamos
y el dolor no nos duele
Todos siguen la voz
de mi abuelo
mientras bailan
un tango de polvo
La noche ladra a los perros
que cruzan la calle
Bajo un almendro
una sirena se detiene
a cantar sus exilios
Es tarde
y nada puede impedir
que los espejos se quiebren
cada vez
que un niño sueña
Mi mano se inunda
de verbos mudos
soles marchitos
e historias en ceniza
A nadie le importan mis heridas
mis padres cayeron
y en sus huesos
descansan mis espejismos
Esta es la patria de los robles
aquí olvidaron
su guitarra
los grillos
y en ellas
nacieron ciudades
y memorias
Esta ciudad es grande
los muros que la protegen
están construidos
de huesos
y sombreros
Aquí no hay sol
y llueven piedras
cuando alguien quiere verlo
La noche se prolonga
y sus racimos
se pudren
en nuestras vidas
El recuerdo hiede
y nos carcome
Los pájaros mueren
antes de levantarse de las cenizas
Un río corre a unos metros
y en sus cristales
las figuras se detienen
beben estío
y regresan a sus sombras
Una antorcha
se enciende bajo la lluvia
y un rayo muere
en el mismo instante
que los centauros brindan
por el frío de los robles
Tienen nombres
con brillo en las esquinas
Respiran letras
que nadie entiende
Sus voces
se quiebran
al rechinar
las bisagras
En sus costillas
sienten el escozor
de un río de mustios
Mienten
son antifaces
Los espejos
vomitan utopías
Las lágrimas
caminan
con imágenes en la espalda
Las sombras
buscan el reflejo
de las imágenes
que habitan los espejos
El reflejo de los libros
me da asco
Renuncio a la vida
y a mi nombre
muerto en el éxodo
de mis escombros
En mis desvelos
habita el llanto de la luna
Los ceniceros de Chicho Cuadra
no me regalan ninguna profecía
Caigo sobre una almohada
Sueño gotea de mis ojos
Espío mi pensamiento
Con mis ojos
hurgo el mundo
de los muertos
Abro las puertas
de los libros
y las palabras callan
Busco los rostros
de mis nombres marchitos
En las esquinas
de los signos
encuentro el reflejo
de los huesos
sin ventana
La luna
encela al pájaro
que duerme
en la idea del poeta
El no conoce pájaros
sino muchas lunas
en que el sueño se evapora
y los fantasmas no aparecen
La idea pierde su cuerpo
el poeta
otra luna
y la luna
gana tiempo
«¿Qué tal, cómo has estado?»
El tono de tu voz, un tanto indiferente
heló mi corazón.
Subió mi pensamiento
por la cuesta empinada
del olvido y la ausencia-,
y me costó trabajo echar una mirada
a la curva vereda
que ya, para nosotros, permanece cerrada.
Un día, risa loca-,
y otro, lágrimas;
sin que medien caricias ni querellas…
Son estados del alma
o de la mente,
que
-en forma ya consciente o subconsciente-
marcan el frágil rostro,
para siempre,
con el sello indeleble de sus huellas.
Busqué, en la espesa niebla,
un rayo cristalino.
Laceraron mis pies
las piedras del camino.
Rasgué la oscuridad
en busca del destino-,
y sólo hallé la nada.
Entonces -ya cansada-
quise oír el latido
de tu pecho de hombre;
y al hurgar en el fondo
de mi mente obcecada,
sentí que me quemaba el eco de tu nombre!
Desprendo una hoja, cada día,
del calendario, que me mira atónito-,
y,
en el desgarre que mi impaciencia deja,
creo escuchar
del número que fue, una débil queja.
La culpa no es de nadie;
no del día que pasa-,
ni de la noche,
que transcurre
amparada en la luz ya mortecina
de una lámpara antigua-,
ni del mismo destino, quizá,
ni de la vida
¿De quién será?_me digo,
mientras mis dedos
arrancan una hoja cada día…
Por no decir
en el momento exacto:
«Tú bien sabes que siempre te he querido…»
perdí la perspectiva de la vida,
y la felicidad tan perseguida
se escapó
por las calles del silencio.
Por un orgullo necio-,
¡qué fastidio!
¿Fue verdad o mentira?
¿Fue realidad
o fue tan sólo un sueño?
¿Fue un sentimiento vago-,
indefinible?
¿O fue un amor profundo?
No sabría decirlo-,
pero fue.
Niebla sin luz-,
y luz entre la niebla,
emergiendo en forma subrepticia;
existencia que brota -como gema-
del milagro que engendra una caricia.
El seno fecundado pone a prueba
la caricia,
que en feto se perfila-,
y se transmuta en lámpara votiva
en el instante en que la hora llega!
El tiempo teje-, y no cesa
un instante de tejer,
con los recuerdos de ayer
o el valor de una promesa.
Ahora ha desenrollado
su ovillo de lana verde,
para tejer -lentamente-
las emociones del año.
Y escogerá sentimientos
armoniosos o contrarios,
con que adornará muestrarios
para lanzar a los vientos.
Se me escapa la noche
entre encajes de sombras…
Se me escapan -despacio-
los latidos del pecho.
Se me escapa la dicha;
se me escapa la calma…
Y,
aunque yo me resista
-con profusión de lágrimas-
¡se me escapa hasta el alma!
El eco de tu voz,
que me persigue en mis horas de insomnio,
es un lamento…
Y pienso:
«Quizá estás triste»,
quizá estás solo bajo el firmamento…
Tu soledad se funde en mi presente.
Con las manos crispadas,
intento, en vano, atrapar el viento
que se lleva el eco de tu voz…
Y un suspiro me dice:
«No podrás; se disolvió», lo siento!..
En dónde está, que se hizo la poesía?
Está acaso dormida o yace muerta?
Es ruin pereza, es haraganería?
Algo la está matando, es cosa cierta.
Es la vejez quien le cerró la puerta?
Ya no despertará de su agonía ?
La luna que se derrama
anillos hace mis dedos
y en el fulgor de su lumbre
los deja presos.
Bajo la parra de los jazmines
miro mis manos
y entre encajes de sombras y hojas
se han transformado
porque la luna los pinta
de oro lunado.
No más odio ni venganza
fruto amargo de la guerra;
queremos paz y justicia
sin temores ni violencia.
No más sangre de inocentes
mancillando nuestra tierra,
no más crímenes ocultos
ni traición tras de las puertas.
Seremos un pueblo noble
que no se ampare en la fuerza;
Si libres queremos ser
tendremos el alma enhiesta
que temple nuestras acciones
y nos limpie la conciencia.
¡Que vuelo sideral de ala extendida!
¡Que zigzag de emoción era su vuelo!
¡Que ansiedad por llegar al Santo Suelo
vibraba en el albor de su caída!
Y llegó palpitante, estremecida
a ofrendar la grandeza de su anhelo,
el destello alumbraba al mismo cielo
que en su seno teníala dormida.
Así la aparición era esperada
como Signo Celeste de ventura,
presciencia presentida, clara y pura
que en la mente del pueblo era fijada.
Su irreal realeza, casi una tortura
por la ansiedad de su presencia amada,
rayo de luz, emblema de dulzura,
gloriosa en su existencia ya forjada.
Y un vislumbre se vio. ¡Era la lumbre!
que entre sombras lejanas se acercaba,
por violentos instantes se alejaba
y volvía otra vez la incertidumbre.
¿Era El Pájaro Azul allá en la cumbre
acaso, el mensajero que Ella enviaba?
Cuando el abismo era más hondo
y llamas, fragor y muerte se fundían
en el cruzado fuego
y cada noche y cada amanecer aquellas salvas
trepidantes,
sembrando de cadáveres los ámbitos,
temblaban los mayores y los niños
que en la sombra de angustia pernoctaban
vivos aún, mas con la muerte aliados…
Lejos.
Guardiana de los libros: Ya cerrados
los fríos brazos de brillante acero
quietas las ruedas. Fijos y callados
los goznes rechinantes, mustio el cuero.
Evocadora fiel de los cuidados
últimos del vivir bajo el alero
que guarda imagen, risa y ceño amados,
postrer amor que siempre fue el primero…
Descansas hoy, el freno detenido,
más bien paralizado tu crujido
en el ir y venir de aquella mano
que dejara su huella en el gemido
del dolor y el placer de haber vivido:
espejo del final de un ser humano.
Llamaron a mi puerta, y por temor a las sombras
y a los lobos hambrientos no respondí. Fue el hu-
racán, el amor o la muerte? ¡Quién sabe! ¡Tal vez!
Más tarde tuve encendida mi lumbre y servido mi
vino. Nadie llamó.
Alma de duende en cuerpo de sombra. Enjoyada la cabeza,
el espinazo interrogante, el paso de seda.
Las campanas desbordan sus doce vinos. Luna en los
tejados. Brisa en las ramas deshojantes. La pedrería
de los ojos del gato se abrillanta.
En los telares eternos, las brujas tejen fantasmas
para estas noches de invierno. La geometría gris
de la tristeza descuelga un arco trágico sobre el
lomo del tiempo.
Madre Miseria ríe, piruetea y danza en el circo
de las desgracias; en las callejuelas mendigas,
los perros hambrientos aúllan, aúllan hasta hacer
rodar sobre las sombras los aros fríos del silen-
cio…
Luna medio apagada, lluvia fina y nerviosa.
¿Dónde crece el manzano marinero
que sabe de la espuma y la colina?
¿En dónde la granada granadina
para el cumpleaños del amor primero?
¿Va en el aire tu acento verdadero
o duele a media sangre, como espina?
¿Se esconde bajo el sueño que adivina
el luminoso viaje del lucero?
Una rosa de angustias -mar y viento-
y la estrella que gime en tierra oscura;
una secreta herida de ternura
y el camino interior del pensamiento.
Tu nombre fijo, tu divino intento,
la suelta voz que llega, larga y pura;
este compás de sangre, que asegura
tus cantos recogidos en mi acento.