I
¿Quién soltó de tu pecho la impaciente
paloma musical que en fuego sube?
¿Quién puso en los cristales de la nube
la misma luz que cae de tu frente?
¿En qué silencio de estupor vehemente
te pude descubrir y te retuve?
I
¿Quién soltó de tu pecho la impaciente
paloma musical que en fuego sube?
¿Quién puso en los cristales de la nube
la misma luz que cae de tu frente?
¿En qué silencio de estupor vehemente
te pude descubrir y te retuve?
La noche del mundo:
¡qué largos cabellos!…
Los suelta en la torre,
la torre del viento.
Los peina en el valle,
los trenza en el cerro,
los abre en las ramas
frías del almendro.
¡La noche del mundo:
qué oscuro su cuerpo!…
En él transforman
las cosas del suelo:
el lirio descalzo
se calza de acero;
el loro se vuelve
piedra de silencio;
la errante neblina,
ángel medio ciego;
y el naranjo en flor,
un oso de hielo.
Alta visión de un sueño sin espina,
honda visión en realidad clavada;
ansia de vuelo en recta que se empina,
miedo del paso en curva accidentada.
Rosa de sombra, rosa matutina,
una caída y otra levantada;
ángeles invisibles en la esquina
donde el presente cambia de jornada.
I
El tiempo regresó —en un instante—
A la casa donde mi juventud
Quiso comerse el cielo.
Lo demás bien lo sabes…
Otros llegaron con sus palabras
Y sus cuerpos,
Buscándome dolorosamente
O dejando la niebla del camino
Entre mis pobres manos.
I
A medio otoño, casi del olvido
volviendo con la rosa del verano;
el mar del corazón bajo tu mano
y el camino de ayer para el oído.
No es golondrina, no, la que ha venido
al cielo de este cielo cotidiano;
porque llega del frío más lejano
sabe escoger la tarde de su nido.
(Fragmento)
Hermoso el visitante,
descubridor de grutas misteriosas
y amigo de mi frente.
Me contó su aventura con las olas;
su pacto con la tierra;
quiso evocar edades ya borradas,
nombres que fortalecen,
y anunciando la noche más difícil
dijo: ‘busca el lucero’.
I
Nunca se ha visto un blanco, un encarnado,
tan amorosos como el lindo verde.
Andrew Marvell
El árbol y su cielo.
Ya despierta la fábula en las cosas.
El cielo de mi risa
sobre el ágil velamen del columpio.
Para Alberto Velásquez
Alza la dulce muerta su carne soterrada
en verdes que se extienden del suelo a la retina.
Con un gesto de flor responde a tu llamada;
sobre su nombre nuevo un pájaro se inclina.
Lo demás… gracia rota, palabra peregrina,
corazón exprimido y sueño sin morada,
como fuego celeste -¡trémula serafina!-
permanece en tu amor y quema en tu mirada.
I
Amor que se cruzó por mi camino
y me encontró en la sombra, abandonada.
Amor que fuera luz en la callada
y sombría espesura del destino.
Esencia de lo noble y de lo fino:
le sorprendí brillando en su mirada.
Alma encarnada en mi seno
¿de qué mundos has llegado?
¿Por qué entre miles de madres
a mí has buscado?
¿Qué lección dura o sencilla
has de aprender en la Vida?
¿Habrá más risa y más canto
por tu venida
o debo de tener lista
carga de fe y de valor,
para hacerle frente, juntos,
al Amo Dolor?
En un lugar del alma, entre muros de olvido
y en arenas estériles, se entierran los amores
que nos nacieron muertos; y en tierra bendecida,
donde sueño tras sueño la vida siembra flores,
los que ya comenzaban a fabricar su nido,
cuando los alevosos minutos cazadores
les hirieron el alma… y los que sólo han sido
samaritano ungüento para nuestros dolores.
Miré a la dulce niña del pasado
con piel ansiosa y con el ojo puro,
dibujando su forma contra el muro
donde el amor la había equivocado.
Era yo misma…cuerpo ya olvidado,
gesto de ayer y corazón seguro;
simple inocencia en el afán oscuro
y ssecreto del canto inaugurado.
¡Si tienes sed, Adán, abrévate de mi boca!
¡Ten fe y obra el milagro! ¡Mis besos serán buenos
como el agua que un día brotara de la roca
y como la que el Hijo de humildes nazarenos,
que será, de amar tanto, Dios mismo, cambie en vino!
Esta colina de girasoles
convertida en zompopero humano;
estos hombres amargos
con desafiantes niños sin ropas;
esta sequía veranera
y estas humedades que cultivan fiebres;
estas muchachas morenitas
jugando a ser mujeres antes del tiempo;
estas madres de quince partos
y diez hijos cabales en el hambre;
estos abuelos come-sin-dientes;
estos mendigos de mendigos;
estos ladronzuelos robando cuanto pueden
desperdicios de robos mayores;
estos perros como ánimas solas;
esta ‘fuerteza’ que es paraje y defensa
de los que nacen para morir pobres.
Peso del aire, vuelo de la tierra
en opuesta verdad y simbolismo;
doble color del cielo y del abismo
que el ojo exacto de la vida encierra.
Sal aceptada, dulcedumbre en guerra,
paisaje del espejo y de ti mismo;
isla del sueño, mágico bautismo,
ángel sin voz que llama y que destierra.
Vivo un temblor de presentimientos
y estoy en medio de la borrasca
como la sacudida hoja de un árbol inútil.
Presencio el instante que enloquecidos visionarios
anunciaron con signos de relámpagos
y me dobla su fuerza incontenible
y su maduro peso funeral.
Puerta de cristal el día,
pared de cristal el aire,
techo de cristal el cielo…
¡Dios hizo mi casa grande!
Ventanas de maravilla
sobre escondidos lugares:
el sendero de las hadas
y el camino de los ángeles.
Va la hormiga con un retazo de amapola
hacia el blando montoncito de arena.
Yo soy insecto,
tú eres insecto,
él es insecto.
¡Ah pesada basura
la del nombre que escogieron
para hacerme tan importante!
*
Como poeta ciego
canté mi ensueño, mi albergue,
mi amistad y mis lágrimas.
Eras niño de niebla
casi en la nada;
nombre de mi sonrisa
detrás del alma.
Y era un barco dichoso
de tanto viaje
y un ángel marinero
bajo mi sangre.
Subías como el lirio,
como las algas;
en tu peso crecía
la madrugada.
¡Calla , mi flor de leche,
mi siempre niña!
Los sueños que se cuentan
se hacen ceniza.
No te fíes del mar
porque da y quita,
ni del hombre que llega
de lejanías.
Primores de este valle
son tuyos, hija.
Como abeja obstinada
exploro inefables reinos
que desconoces
y al entrar en la memoria de tu corazón
señalo parajes virginales.
¡Aquí la eternidad
modificando nuestro minuto!
No puedo ser abismo:
con la luz se hacen viñedos
y retamas.
Para María y Mariano Coronado
Dolor del mundo entero que en mi dolor estalla,
hambre y sed de justicia que se vuelven locura;
ansia de un bien mayor que el esfuerzo apresura,
voluntad que me obliga a ganar la batalla.
Maduro fuego por azar cautivo
en el estrecho cauce de mis venas.
Brazo de afán helado entre cadenas,
rostro de ayer presente en sueño vivo.
Paloma del zarzal y del olivo
que a perseguir tu vuelo me condenas.
Fuente, sobre la sed de las arenas,
negándose a mi tallo sensitivo.
Ternura móvil que enraizó a mi lado,
niño grande sin nombre y sin alero;
huésped del sueño en cuerpo verdadero,
oscuro corazón iluminado.
Pago del día, saldo del pasado,
dulce heridor y hábil curandero;
mina de venas rotas y venero
que sin reserva da lo que he buscado.
Por la cautiva playa marinera
–centauro casi, casi profecía–
sobre una resonante jerarquía
alzaba su esperanza aventurera.
De sangre era la cruz no de madera;
de hierro la palabra y la osadía;
y en el color de la mirada fría
iba el peligro de su llama entera.
X
Juan Guzmán Cruchaga, quiero
hablar de la tierra tuya.
Tierra visible en el sueño
y en la realidad oculta.
Tierra que busco y encuentro
por estremecidas rutas
del clima de la poesía,
de corazones en fuga,
de reflejos y relatos,
y adivinanza y pregunta.
Color redondo, carne dulce y fina,
abierto corazón de primavera;
llama fugaz en tierra pajarera,
columna de evidencia matutina.
Goce de abril, inútil bailarina
de la sangre y la luz en la frontera,
comunicada con la vida entera
por el silencio amargo de la espina.
Zumo de angustias, leche milagrosa,
raíz inaccesible, árbol salado.
¡Qué temblor en el túnel anegado!
¡Qué llama y nieve en subterránea rosa!
Escala de contactos, misteriosa
razón del sueño, el miedo y el pecado.
Silencio a todo grito encadenado
y tapiada presencia dolorosa.
Va sobre espuma alzada, casi en vuelo,
sin rozar el navío ni la roca
y la distancia abierta la provoca
un doloroso afán de agua y de cielo.
El canto suelto, desflecado el pelo,
de la tierra inocente, grave y loca;
encendidos los sueños y en la boca
la extraña sangre de una flor de hielo.
I
Me salva de mí misma:
huésped del alma en alma devolviendo
la palabra que abisma,
lo que entiendo y no entiendo
por este viaje en que llorando aprendo.
Amoroso elemento
forma su fina y leve arquitectura;
con ágil movimiento
de flor sin atadura
abre su vuelo reino de blancura.
1. Quiero, para nombrarte, voz tan fina
y tan honda… conciencia de la rosa,
eje del aire, llama melodiosa,
cambiante y desolada voz marina.
Vaivén de arrullo, trémolo a sordina,
rumor que el mundo y el azul rebosa;
arpegio de la escala luminosa
donde el canto de amor sube y se afina.
Fui por el aire, tras la luz caída,
pisando signos y colores planos
y llevaba, desnuda, entre las manos,
la flor de ayer, alzando nueva vida.
Una paloma leve y abstraída
buscó la espiga de celestes granos
y en caminos profundos y lejanos
quedó mi propia forma detenida.
En una frágil barquilla,
Vacilante mi esperanza,
No ve propicia mudanza,
Ni mira remota orilla,
Roto el mástil y la quilla
Sin remo y vela
Triste recela,
Que a cada paso
Halla un abismo;
Y a un tiempo mismo
Teme y sospecha, y sin consuelo va
Pues un desastre cruel presiente ya.
No. No es nacer.
Ni siquiera dormir.
Es soñar. Inquirir. Preguntar.
No llegar hacia la puerta.
Ni siquiera abrir una ventana.
No. No es nacer.
Es gemir. Llorar. apenas sonreír.
Y seguir y seguir y seguir…
Llorar.
Yo, la hija del extranjero
que lleva una india tras la cara,
alzo mis manos en las cumbres
y pateo firme la tierra larga.
Yo, la mujer blanca
nacida, criada y amamantada
en estas tierras americanas,
con mi pedazo de canela
creciéndome en las enaguas,
con una raíz en la distancia,
doy mi follaje, gaviota,
barco, vela, espacio, tiempo,
rayo del sol, lucero del alba,
petate, jarra;
de mi resina se alimentan
todas las aguas.
América, te percibo con el dedo
de los pobres,
desde tu íntimo deseo de ser mano.
Te percibo madre-padre de los que de ti
fueron arrancados.
Tu tierra ha ido puliendo
la nostalgia, día tras día,
hachazo, guaro, mujer pendiente.
Ésta es mi ciudad. Hay olor
de gente por todos lados.
Un olor atropellante
que galopa sobre las aceras
-y, aunque no haya aceras, galopa lo mismo-.
Olor que crece sin decrecer nunca
y va en su ascenso dejando rastro.
Infancia rectilínea la del hombre.
Jamás llega a reventar en su capullo.
Camina…
y va sin desgastar la suela.
La vida transcurre,
deslizado murciélago
de noches cerradas.
Al final de una gruta
una fuente y un árbol pispilean;
mariposas de musgo
se acercan.
¡Nunca mas el agua repite el mismo curso!
Hojas caen en los remolinos
del tiempo,
mientras el aire, tranquilo demiurgo,
hijo del éter,
vigila sigiloso
el aleteo de todo lo que existe.
Entraste en mí por un beso.
Luego,
ya no fue sólo un
beso.
Fuiste tú.
Con tu vergüenza de hombre
Con un traer recuerdos
a mi futuro:
con un depósito
de ventanas
y unos paisajes diarios.
Ventana hecha de cualquier cosa
y para cualquier hombre.
Tú me das al mundo en archipiélago de nombres,
y me quitas un ojo
y otro ojo me robas.
Me dejas ciega en mi pobreza de pobre.
Ventana de un mundo que se ordenó en desorden.
Países: vulgaridades sonoras,
silentes, pestilentes.
Países: sombras que a cada lado
se acomodan tratando de obligar
a la vida a que los piense
y los desee como únicos valores.
Hojas secas, tostadas a fuerza
de energía sintética.
Países que por pretender programar
desde unos huesos el futuro,
cierran un juego sin encarnar mas
que la nada.
(Mientras Carlos Cañas e Isabel de Sola escribían)
Triste vergüenza del hombre que camina,
que marcha puliendo su agonía,
retocando con alambres sus escaramuzas.
Vergüenza terrible de una estirpe
que momifica sus verdades
por la repugnancia que causa el conocerse
en lo que somos.
La antena de televisión
se confundía con la pantalla
de 36 mm de la casa del vecino.
Al otro lado, un transistor
daba las noticias del minuto:
Tres caracolas fueron encontradas
en las pirámides de Geoz.
Hace apenas dos horas
se acaba de dar por finalizado
el acto de inauguración
de la Tercera guerra Universal.
El esconderse siempre
de lo otro,
y mostrar
el celofán que cubre nuestra cáscara,
es tarea cotidiana
en la mentalidad pueblerina
del siglo veinte.
Vamos!
Estamos invitados a reventar
nuestra primer piñata…
Cuando el contorno se estrecha y nos asfixia,
cuando el amor que soñamos y esperamos
se queda trabado de una rama,
como cualquier piscucha…
Cuando andamos como las gallinas
y como las patas: buscando donde
desovar con la temperatura necesaria,
volvemos a unos brazos que existieron
nunca en nosotros.
Ahora que se habla de paz,
adónde quedó la guerra?
La guerra quedó,
en las profundas raíces de la paz.
El siglo esta aquí,
abierto ante los ojos.
Trae consigo la voz alzada,
la voz nacida de la profunda América.
Esa voz que a veces es borbollón de sangre
manando por una grieta,
y a veces, tan sólo a veces,
es grito abierto en el aire y alarido de parturienta.
Varón de seda fugitiva,
espejo de este azul tan transparente,
descalza tu lenguaje,
llévame en tu frente;
en tu trueno-música recoge mi tambora,
mi hormiga de colores
y esta magia-real que a ti te explora.
En tus brazos apriétame
la nostalgia de ti,
hasta hacerla callar.
Síntesis de cuervo
nuestra memoria agita
su bandera inagotable…
Sangre pelada de la tierra,
nuestras personas: función aracnida.
Vamos así dentro del ritmo,
desconociendo los rostros.
Pauta del tiempo que se cobra solo.
Rezumo en el nervio
de serpentinas cloacas.