Quemadura de Luz de Mayamérica Cortez

Hay un sueño mío que se me está yendo
de las manos como gaviotas en el océano.
Hay un adiós que remonta las montañas
de tu mundo desvanecido en neblinas
pintando el paisaje de una soledad inhabitada
de una soledad que se quedó huésped permanente
de mis patios y balcones
de mis fuentes y grutas.
Una soledad habitante de los límites
del torogoz y el cenzontle.

¿Por qué no fuí generosa con la luna
para besarte mucho bajo su luz de aquélla noche?
¿Quién amarró mis manos para acariciar tus cabellos
cuando tu cabeza se apoyó en mi cuello
buscando el remanso de tus inquietudes?

¡Ah, niño de mirada triste en tus grandes ojos negros!
¡Qué fortuna daría por regresar a ese instante!
Regresar para hacer morada en tu regazo.
Regresar para que siembres tu semilla
en mi tierra fértil y mineral
y que haya clavicordios sonando en la iglesia temprana
de una mañana interminable detrás del campanario
y rebote su sonido en la plaza y las colinas.
Regresar… al torogoz de la cañada
y el zenzontle de las montañas…
¡Regresar… y sin embargo no me fui nunca!

¡Ah, dulce quemadura del Amor!
Hoguera trepidante que devora mi bosque azul y umbrío
carbones rojos y candentes que deshacen un calendario
de preguntas y caminares del atardecer
caminares sin retorno
fuego que soy y que el viento azota
para alcanzarte y consumirte.

Y es este dolor gozoso, lastimadura de luz
penetrando sin tregua hasta mis huesos
que se hace voz de cigarra entonando su canto hondo y triste
en la perennidad de su llanto.
¡Ay Amor, Amor! ¡Por qué se detuvieron tus ojos en mis ojos!
¡Por qué se anclaron tus pupilas en un instante de eternidad!