En el exilio (I)

Escritos cualquier día
entre 1980 a 1984

¡Un día más!
¡Déjame, Señor, vivir los suficientes
para tenerlos de nuevo conmigo!
El corazón duele mucho más
de lo que el poeta puede decir.

El corazón es una congoja constante
y la ansiedad del regreso
es una golondrina tímida
asustada
por la inmensidad de las ciudades
de los mares y desiertos.

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En el Exilio (III)

El camino se ha detenido.
El frío se cuela penetrante en mi alma.
¿Soledad? Sí, siempre
estuvo allí. Indecibles
las palabras se quedan estáticas
mudas ante mí.

El silencio abrumante
es cristal opaco que se quiebra
en las horas de café, cigarrillos
notas cuadrando en mi horario.

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En el exilio (IV)

Marzo 12, 1982

¡Amo esta quietud!
Amo este momento que puedo llamar mío.
Este silencio que musita dulces misterios a mi alma.
Contemplo la distancia de los astros
sabiendo que soy parte de este vasto Universo
y la dicha de comprender mi existencia
es realidad y testimonio de mi verdad interna.

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Lamento indígena

Cuando me duelen mis hondas raíces
cuando el grito de la tierra
abierta en surcos multitudinarios
me llama a voces calladas.
Cuando la huella de las carretas
y el susurro de la milpa
el temblor de los guarumos
del cacao en flor
y el crepitar del río y la cascada
son un torrente de lamento indígena
sobre mi estirpe Pipil y Maya
sobre mi color canela
y mi pelo de negro acento.

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Mar con rumor de gaviotas

No sé si llego o si regreso.
No sé si me esperabas o si me buscabas.
No pregunto. Tampoco respondo.
Te traje a mi dimensión de arrecife y coral
porque tu barca atisbaba mi horizonte.
Navegaste con hábil precisión
entre mis acantilados
desafiando mis olas embravecidas
y el compás y la brújula
te fueron inútiles para conocer
el rumbo de mi viento.

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Monólogo

Hoja del árbol desprendida.
Cuerda solitaria
suelta de la guitarra del tiempo.
Mis raices enredadas en el vacío
tienen la curvatura de la distancia.

Viajo por los albores del día
como un tintineo campirano
con presunciones de catedral.

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Quemadura de Luz

Hay un sueño mío que se me está yendo
de las manos como gaviotas en el océano.
Hay un adiós que remonta las montañas
de tu mundo desvanecido en neblinas
pintando el paisaje de una soledad inhabitada
de una soledad que se quedó huésped permanente
de mis patios y balcones
de mis fuentes y grutas.

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Recordándote

Presente, vivo ¡Ahora!
Rodar, volar
y…llorar.
Todo junto
al lado
de golpe
bajo azul y verde
volver…¡Volar!
Buscarte, enredarte
quedarme quieta junto a ti
tórtola, golondrina
madeja desmadejada
dispersada en pedazos.
Quereres, amores y amaneceres.

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Villa Cortés

La casa donde crecí en Sonsonate.

Y al volver la vista
el regalo se vislumbra, se toca
en su verticalidad palpitante, intraducible.
¡Ah, la luz entre los pliegues de la sombra!

Torneces dentro de la rigidez
de estas líneas deterioradas
abruptas y filosas
cortando el antiguo placer
de los espacios abiertos
de las ventanas cuadrangulares
perdidas en su propia existencia.

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