PROMESA

Oh novia imposible,
tan casta y hermosa, tan pura y tan buena,
que tarde por tarde
en la muda ventana me esperas
y envejeces ansiando que pronto
termine mi ausencia,
me verás cuando pasen los años,
retornar por la mustia vereda
y con inquietudes
llamar a tu puerta;
que en la austera quietud de tu alcoba
donde todas las cosas conversan
de escenas pasadas,
de dichas pretéritas,
hallarán sempiterno reposo
mis fúnebres penas;
y tus manos surcadas de arrugas
me darán las caricias postreras,
caricias que saben
a miel de tristeza,
caricias que saben
a miel de colmenas,
pero no de colmenas sabrosas
que gusta la vida cuando es primavera
sino miel en que endulzan sus males
las almas enfermas
cuando ya la existencia tramonta
y la noche eterna
de las decepciones
su abanico de sombras despliega,
y el amor es tan sólo un ocaso
de santas memorias, de ilusiones muertas.

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PUREZA

La pasión con que te adoro es la espléndida pureza
de las flores del altar, es el lánguido desmayo
que domina a los amantes cuando sienten la cabeza
de la virgen desposada en su pecho descansar;
la pasión con que te adoro es tan blanca como rayo
de la luna, que se mira en la vidriera atravesar.

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QUE SEA PARA BIEN

Ya no puedo dudar… Diste muerte a mi cándida
niñez, toda olorosa a sacristía, y también
diste muerte al liviano chacal de mi cartuja.
Que sea para bien…

Ya no puedo dudar… Consumaste el prodigio
de, sin hacerme daño, sustituir mi agua clara
con un licor de uvas… Y yo bebo
el licor que tu mano me depara.

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RUMBO AL OLVIDO

¡Oh pobres almas nuestras
que perdieron el nido
y que van arrastradas
en la falsa corriente del olvido!

Y pensar que extraviamos
la senda milagrosa
en que se hubiera abierto
nuestra ilusión, como perenne rosa.

Pudieron deslizarse,
sin sentir, nuestras vidas
con el compás romántico
que hay en las músicas desfallecidas.

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SE DESHOJABAN LAS ROSAS

En los prados de tu huerto
a la luz del plenilunio
se moría cada flor;
y concurriendo a una extraña
complicidad de infortunio,
en el rosal de mi vida
se deshojaba el amor.

Bien pudiera el peregrino
hacer estación romántica
a la mitad del camino,
y desgranar un rosario
de cuentas sentimentales
por aquel deshojamiento
del alma y de los rosales.

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SER UNA CASTA PEQUEÑEZ

A Alfonso Cravioto

Fuérame dado remontar el río
de los años, y en una reconquista
feliz de mi ignorancia, ser de nuevo
la frente limpia y bárbara del niño…

Volver a ser el arrebol, y el húmedo
pétalo, y la llorosa y pulcra infancia
que deja el baño por secarse al sol…

Entonces, con instinto maternal,
me subirías al regazo, para
interrogarme, Amor, si eras querida
hasta el agua inmanente de tu pozo
o hasta el penacho tornadizo y fágil
de tu naranjo en flor.

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SUIZA

Para Bohemio

Amanece: se iluminan
los vetustos Lepontinos,
los aldeanos llevan leche
en los jarros blanquecinos,
y en los aires se dispersan
de los pájaros los trinos.

Perezosos van remando
los ancianos gondoleros,
de las vacas se perciben
los mugidos lastimeros,
y las nieves se deshacen
en los viejos ventisqueros.

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SUS VENTANAS

A Artemio de Valle-Arizpe.

Sus ventanas floridas,
que miran al oriente,
llevan buena amistad con las auroras
que, como primicias fúlgidas, esmaltan
al campo de victorias de su frente.

Aquella madrugada
apareció el Amor tras de su reja
y la dejó lavada
con el cristal cerúleo de su pozo…
¡Y todavía, adentro
de mi alma, hay un gozo
fluido, de mujer madrugadora
que riega su ventana y la decora!

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TE HONRO EN EL ESPANTO

Ya que tu voz, como un muelle vapor, me baña
y mis ojos, tributos a la eterna guadaña,
por ti osan mirar de frente el ataúd;
ya que tu abrigo rojo me otorga una delicia
que es mitad friolenta, mitad cardenalicia,
antes que en la veleta llore el póstumo alud;
ya que por ti ha lanzado a la Muerte su reto
la cerviz animosa del ardido esqueleto
predestinado al hierro del fúnebre dogal;
te honro en el espanto de una perdida alcoba
de nigromante, en que tu yerta faz se arroba
sobre una tibia, como sobre un cabezal;
y porque eres, Amada, la armoniosa elegida
de mi sangre, sintiendo que la convulsa vida
es un puente de abismo en que vamos tú y yo,
mis besos te recorren en devotas hileras
encima de un sacrílego manto de calaveras
como sobre una erótica ficha de dominó.

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TEMA II

A fuerza de quererte
me he convertido, Amor,
en alma en pena.

¿Por qué, Fuensanta mía,
si mi pasión de ayer está ya muerta
y en tu rostro se anuncian los estragos
de la vejez temida que se acerca,
tu boca es una invitación al beso
como lo fue en lejanas primaveras?

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TENÍAS UN REBOZO DE SEDA

(A Eduardo J. Correa)

Tenías un rebozo en que lo blanco
iba sobre lo gris con gentileza
para hacer a los ojos que te amaban
un festejo de nieve en la maleza.

Del rebozo en la seda me anegaba
con fe, como en un golfo intenso y puro,
a oler abiertas rosas del presente
y herméticos botones del futuro.

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TIERRA MOJADA

Tierra mojada de las tardes líquidas
en que la lluvia cuchichea
y en que se reblandecen las señoritas, bajo
el redoble del agua en la azotea…

Tierra mojada de las tardes olfativas
en que un afán misántropo remonta las lascivas
soledades del éter, y en ellas se desposa
con la ulterior paloma de Noé;
mientras se obstina el tableteo
del rayo, por la nube cenagosa…

Tarde mojada, de hálitos labriegos,
en la cual reconozco estar hecho de barro,
porque en sus llantos veraniegos,
bajo el auspicio de la media luz,
el alma se licúa sobre los clavos
de su cruz…

Tardes en que el teléfono pregunta
por consabidas náyades arteras,
que salen del baño al amor
a volcar en el lecho las fatuas cabelleras
y a balbucir, con alevosía y con ventaja,
húmedos y anhelantes monosílabos,
según que la llovizna acosa las vidrieras…

Tardes como una alcoba submarina
con su lecho y su tina;
tardes en que envejece una doncella
ante el brasero exhausto de su casa,
esperando a un galán que le lleve una brasa;
tardes en que descienden
los ángeles, a arar surcos derechos
en edificantes barbechos;
tardes de rogativa y de cirio pascual;
tardes en que el chubasco
me induce a enardecer a cada una
de las doncellas frígidas con la brasa oportuna;
tardes en que , oxidada
la voluntad, me siento
acólito del alcanfor,
un poco pez espada
y un poco San Isidro Labrador….

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TREINTA Y TRES

La edad del Cristo azul se me acongoja
porque Mahoma me sigue tiñendo
verde el espíritu y la carne roja,
y los talla, el beduino y a la hurí,
como una esmeralda en un rubí.

Yo querría gustar del caldo de habas,
mas en la infinidad de mi deseo
se suspenden las sílfides que veo
como en la conservera las guayabas.

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TU VOZ PROFÉTICA

¡Ay de Dios, que tu palabra
me tiene embrujada
el alma!
mi lírica
adolescencia
y tu existencia
gitana
se dicen en la ventana
cosas
de amor y buenaventura
en estas noches lluviosas.

Juran por Cristo, venerables dueñas,
que quien llora en el vientre de la madre
conoce del futuro; tú gemiste
antes de que nacieras, y por eso
tus artes de gitana me iluminan
en los discursos de tu voz profética.

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TUS DIENTES

Tus dientes son el pulcro y nimio litoral
por donde acompasadas navegan las sonrisas,
graduándose en los tumbos de un parco festival.

Sonríes gradualmente, como sonríe el agua
del mar, en la rizada fila de la marea,
y totalmente, como la tentativa de un
Fiat Lux para la noche del mortal que te vea.

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TUS VENTANAS

A Artemio de Valle-Arizpe

Tus ventanas, con pájaros y flores,
tus ventanas que miran al oriente,
están esclarecidas con la gracia
de la aurora riente
que con primicias de su luz decora
la virtud de tu frente.

Tus ventanas de antigua arquitectura
en que el canario, a trinos, alborota
la paz de tu silencio provinciano;
ventanas en que flota,
para embriaguez de los amantes fieles,
la desmayada ofrenda del perfume
de rosas y claveles…

Tus ventanas, Amor, de cuya clave
quise colgar la jaula de mi dicha
para que la cuidaras como una ave;
ventanas de madera
en que en vano soñé dejar prendida
mi devoción como una enredadera…

Tus ventanas que miran al oriente
y madrugan, fragantes, de limpieza
¿esperaron una alba,
de cándida belleza,
o el regreso del novio
que anda en tierras de olvido,
o esperaron, acaso,
el milagro de un sol desconocido?

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UN LACÓNICO GRITO

Yo te digo: «Alma mía, tú saliste
con vestido nupcial de la plomiza
eternidad, como saldría una ala
del nimbus que se eriza
de rayos; y una mañana has de volver
al metálico nimbus,
llevando, entre tus velos virginales,
mi ánima impoluta
y mi cuerpo sin males».

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UNA VIAJERA

En mi ostracismo acerbo me alegré esta mañana
con el encuentro súbito de una hermosa paisana
que tiene un largo nombre de remota novela:
la hija del enjuto médico del lugar.
Antaño íbamos juntos de la casa a la escuela;
las tardes de los sábados, en infantil asueto,
por las calles del pueblo solíamos vagar,
y jugando aprendimos los dos el alfabeto.

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VACACIONES

De tu pueblo a tu hacienda te llevabas
la cabellera en libertad y el pecho
guardado por cien místicas aldabas.

Metías en el coche los canarios,
la máquina de Singer, la maceta,
la canasta del pan… Y en el otoño
te ibas rezando leguas de rosarios.

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VIAJE AL TERRUÑO

A Enrique Fernández Ledesma.

INVITACIÓN

De tu magnífico traje
recogeré la basquiña
cuando te llegues, o niña,
al estribo del carruaje.
Esperando para el viaje
la tarde tiene desmayos
y de sus últimos rayos
la luz mortecina ondea
en la lujosa librea
de los corteses lacayos.

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Y PENSAR QUE PUDIMOS

Y pensar que extraviamos
la senda milagrosa
en que se hubiera abierto
nuestra ilusión, como perenne rosa…

Y pensar que pudimos
enlazar nuestras manos
y apurar en un beso
la comunión de fértiles veranos…

Y pensar que pudimos
en una onda secreta
de embriaguez, deslizarnos,
valsando un vals sin fin, por el planeta…

Y pensar que pudimos,
al rendir la jornada,
desde la sosegada
sombra de tu portal y en una suave
conjunción de existencias,
ver las cintilaciones del Zodíaco
sobre la sombra de nuestras conciencias…

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