Ría I de Miguel Anxo Fernán-Vello

Polvaredas de luz suspensas sobre la ría. Aire vegetal inmóvil
sobre el aliento antiguo del agua. Fluyente ser submerso en el
polvo de la tierra ebria de lunas diluidas. Reverdor ceniciento,
voracidad lentísima de una simiente líquida de incesante textura.

La ría es una hembra yaciente que desnuda sus frutos sin
viento. El silencio es tan blando que es ofrenda de música en los
maternales meandros que funden el sentido y serenan el ritmo
cenagoso de la luz, el extinto color del cielo sobre la frágil materia
que destiló el tiempo, las albas y los crepúsculos que contiene
esta agua durmiente, este volumen lleno de primitivas savias.

Oh dúctil contemplación de este sabor oculto! Deslizada
dulzura de poros recrecidos en la carnación de un cuerpo manso
como una luna húmeda.

Esta espesura lenta y recurva del agua, este color confuso que
sedimenta las formas, las sustancias saladas que aproximan un
soplo submarino y fecundo; este templado seno de sonámbula
muerte sosegada y triunfante; la vibración oscura de esta piadosa
masa ondeante en la llanura; irisado reflejo que destensa el
crepúsculo tendido sobre el largo estuario.

Respiro esta belleza extraña que invade la salud del aire, este
aroma sumido en las pausadas brisas que pulsan el espíritu de la
tarde, las embriagadas láminas de la fina neblina anaranjada y oro
-hálito sensitivo de una muerte difusa que destiñe el ocaso.

Ah qué lejano y profundo va entrando -dolor suave- el mar
tan silencioso en nuestro corazón.