Las velas de las barcas
atadas a los mástiles
como vírgenes mártires
en la hoguera del día.
Transcurren desfallecidas,
estatuas de sal, exánimes,
ajenas a las sucesivas
voces de las suplicantes.
Invisible sobre las aguas,
por donde nadie parecía,
verbo puro, sin estampa,
el viento como un mesías
las toma entre sus brazos.
Impetuoso, las reanima,
como a nubes las hincha,
las colma de entusiasmo
y parte con ellas, de prisa
-¡oh hambre de ser!- cortando
en finas rajas de brisa
el pan fresco del espacio.