A la poesía

Arrivée de toujours, quií ′en iras partout.
Rimbaud

Persevera, persiste con nosotros
pese —ya ves— a la miseria
que hicimos de esta vida.

Aunque la errancia sea
tu única morada, y tu destino,
como el nuestro, un enigma.

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Celebraciones

Unimos una puerta, una ventana
y cuatro pensativos
y ya tenemos un cuarto.
Un cuarto es sin duda el sitio
donde mejor se oye llover.
Las tres revelaciones del cuarto:
un fantasma, una araña, la mujer.
La que a la mesa nada dijo
se lo dice con lágrimas al cuarto.

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Deshora

polvo serán, mas polvo enamorado.
Francisco de Quevedo

La cercanía infranqueable entre sus cuerpos.
Un puente de miradas donde se cruzan
y se separan.
En sus labios:
un vaivén de palabras o de silencios
—no la lenta fragua del beso.

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Indagación

mom semblable, mon frére.
Baudelaire

De qué herida vendrá el que te hiere.
Así, tan de filo, lujosamente.

De cuánta hambre o sed.
De qué adolescencia
humillada. De qué niñez
a golpes enterrada.

De qué piel perdida
o inútilmente deseada.

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Moreliana

Recorriendo taciturno
las calles de Morelia,
recién abierta
la tajante
herida de tu ausencia,
me pregunto
a quién nombran,
ya vacantes,
los nombres de los muertos.
Pájaros huérfanos
sin el árbol del cuerpo,
sin más vuelo
que el inmóvil del recuerdo
¿a quién nombran?

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Para un adiós

Un abrazo y palabras entrecortadas
habrán dicho el adiós increíble.
Y entre tu cuerpo y el mío
manará sin cesar la distancia.

Como se apela a una hierba mágica
para sanar del mal de ausencia,
escribiré entonces estas líneas.

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Razón ardiente

a Nazri

París, invierno de 1980
Queridos pájaros ausentes
Barrios de nieve
Pinos
Pacientemente sentados
Desde la penumbra de un cuarto
A la luz de la lámpara
Solitaria
Como la Khiswara en el Altiplano
Inclinado sobre la página
El vertiginoso pasado
La infancia apenas un eco
Un silbido lejano
un río
De rostros distantes
O muertos
La patria:
Un río de nombres ensangrentados
No héroes ni hermanos:
Corderos sacrificados
Al buche de topos feroces
Renacerán con su pueblo
(¿Cuándo?)
Cae la nieve
nieva silencio
Así ha de nevar —ya está nevando—
También el olvido
No escribo para abolirlo
Para nosotros escribo
Elizabeth Peterson:
Nunca tendremos un hijo
En tu vientre hermoso
La cicatriz
Brillaba como un castigo
Y éramos inocentes
éramos dichosos
Ahora mismo recuerdo cómo
Del bosque dormido del diccionario
Una mañana de pronto
Tus labios finos me regalaron
Una palabra:
Mirabilia
Las cosas no son un misterio
Son un obsequio
Vivir
Prodigio de nuestros muertos
Elizabeth Peterson
al separarnos
No me fui solo: me fui contigo
En mi país ya era otro
mirando
El alba entraba a cuchillazos
En el cerro de Urkupiña
Sudor y plegaria
golpeaban
La roca de la injusticia
No se quebró para los pobres
(¿Se quebrará algún día?)
Armadas de su hambre
Cuatro mujeres
estrellas matutinas
Rompieron la noche de siete años
Nos abrieron el camino
Y no supimos caminarlo
¿O no pudimos?

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Saint-Jean de Luz

Las velas de las barcas
atadas a los mástiles
como vírgenes mártires
en la hoguera del día.

Transcurren desfallecidas,
estatuas de sal, exánimes,
ajenas a las sucesivas
voces de las suplicantes.

Invisible sobre las aguas,
por donde nadie parecía,
verbo puro, sin estampa,
el viento como un mesías

las toma entre sus brazos.

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