Ya que eres grata como el cariño
ya que eres bella como el querub,
ya que eres blanca como el armiño,
¡sé siempre ingenua, sé siempre tú!
El torpe engaño que el vicio fragua
nunca se aviene con la virtud.
Ya que eres grata como el cariño
ya que eres bella como el querub,
ya que eres blanca como el armiño,
¡sé siempre ingenua, sé siempre tú!
El torpe engaño que el vicio fragua
nunca se aviene con la virtud.
¡Tu belleza mirífica no asoma
y en éxtasis escucho tu voz clara,
que llega del jardín cual un aroma,
pero cual un aroma que cantara!
¡Endulzas con tu acento un mar de acíbar
y en éxtasis escucho tu voz clara,
que viene de un amor, cual un almíbar,
pero cual un almíbar que cantara!
Vuelve a mí la odorífera corola
y acoge la oblación de mis gorjeos,
¡oh tú, la rosa mística, la sola
flor viva del jardín de mis deseos!
Tu esencia, en que mi anhelo se sacia,
es tu cáliz nítido, que adoro,
gota de miel en ánfora de gracia,
grano de mirra en incensario de oro.
Semejas esculpida en el más fino
hielo de cumbre sonrojado al beso
del sol, y tienes ánimo travieso,
y eres embriagadora como el vino.
Y mientras: no imitaste al peregrino
que cruza un monte de penoso acceso,
y párase a escuchar con embeleso
un pájaro que canta en el camino.
¿Detenerme? ¿Cejar? ¡Vana congoja!
La cabeza no manda al corazón.
Prohibe al aquilón que alce la hoja,
no a la hoja que ceda al aquilón!
¡Cuando el torrente por los campos halla
de pronto un dique que le dice: atrás,
podrá saltar o desquiciar la valla
pero pararse o recular… jamás!
Llegas a mí con garbo presumido,
tierna y gentil. ¡Cuán vario es el orgullo!
Ostenta en el león crin y rugido,
y en la paloma tornasol y arrullo.
Brillas y triunfas, y a carnal deseo
cierras la veste con seguro alarde,
y en el fulgor de tu mirada veo
sonreír al lucero de la tarde.
Portas al cuello la gentil nobleza
del heráldico lirio; y en la mano
el puro corte del cincel pagano;
y en los ojos abismos de belleza.
Hay en tus rasgos acritud y alteza,
orgullo encrudecido en un arcano,
y resulto en mi prez un vil gusano
que a un astro empina la bestial cabeza.
Bailas por antojo que al mancebo engríe;
y «escotada» luces dos hechizos fuera,
y en el rubio monte de tu cabellera
una flor de grana bruscamente ríe.
¡Pasas, huyes, tornas y el placer deslíe
fósforo combusto que te pinta ojera,
y tu maridazo mira errar la hoguera
y nada barrunta que le contraríe!
Nuestras dos almas se han confundido
en la existencia de un ser común,
como dos notas en un sonido,
como dos llamas en una luz.
Fueron esencias que alzó un exceso,
que alzó un exceso de juventud,
y se mezclaron, al darse un beso,
en una estrella del cielo azul.
¡Oh tú la de crin rubia, luenga y rizada,
que caída en torrente barre las losas,
y que volando incita las mariposas,
porque así luce aspecto de llamarada!
Linajuda Regina que, por taimada,
finges al viejo duque modelo a esposas,
y de sus canas dices honestas cosas,
más dignas de la espuma de una cascada.
La vi tendida de espaldas
entre púrpura revuelta.
Estaba toda desnuda,
aspirando humo de esencias
en largo tubo, escarchado
de diamantes y de perlas.
Sobre la siniestra mano
apoyada la cabeza;
y como un ojo de tigre,
un ópalo daba en ella
vislumbres de fuego y sangre
el oro de su ancha trenza.
¡Con qué dolor, y válgame ser franco,
trazo los versos que a mi lado impetras!
Esta cuartilla de papel en blanco
me parece una lápida sin letras.
Tristísimo recuerdo me acongoja
y pienso, visionario como un zafio,
que escribo, no una endecha en una hoja,
sino sobre un sepulcro un epitafio.
Una flor por el suelo,
un cielo de hojas empapado en lloro
y encima de ese cielo, el otro cielo
lleno de luna y de brillantes y oro…
Un arroyo que el aura acariciaba;
un banco… sobre el banco
así, como quien flota, se sentaba;
y vestida de blanco,
bella como un arcángel, me esperaba.
A M…*
Tu traición justifica mi falsía
aunque lo niegues con tu voz de arrullo;
mi amor era muy grande, pero había
algo más grande que mi amor, mi orgullo.
Calla, pues. Ocultemos nuestro duelo,
la queja es infecunda y nada alcanza;
agonicemos contemplando el cielo
ya que el cielo es nuestra única esperanza.
Para endulzar un poco tus desvíos
fijas en mí tu angelical mirada
y hundes tus dedos pálidos y fríos
en mi oscura melena alborotada.
¡Pero en vano, mujer! No me consuelas.
Estamos separados por un mundo.
¿Por qué, si eres la nieve, no me hielas?
Cuanto en mí vierte luz y armonía
ha nacido a tus besos de miel;
yo soy bardo y tribuno, alma mía,
porque tú eres aliento y laurel.
Si he lanzado una piedra a los cielos,
si fui cruel, no me guardes rencor;
confesando que ha sido por celos,
harto digo que fue por amor.
Junto al plátano sueltas, en congoja
de doncella insegura, el broche al sayo.
La fuente ríe, y en el borde gayo
atisbo el tumbo de la veste floja.
Y allá, por cima de tus crenchas, hoja
que de vidrio parece al sol de mayo,
toma verde la luz del vivo rayo,
y en una gema colosal te aloja.
Tristes los ojos, pálido el semblante,
de opaca luz al resplandor incierto,
una joven con paso vacilante
su sombra traza en el salón incierto.
Se sienta al piano: su mirada grave
fija en el lago de marfil que un día
aguardó el beso de su mano suave
para rizarse en olas de armonía.
No descansas jamás… y alegre y puro,
murmurador y manso,
corriendo vas sobre tu cauce duro…
¡Yo también como tú corro y murmuro,
yo también como tú jamás descanso!
¡Yo camino al vaivén de mis dolores,
tú con ala de céfiro caminas,
tú feliz más que yo, por entre flores,
yo helado más que tú, por entre espinas!
Espléndida rosa de mágico prado
que entreabre sus hojas al sol del amor,
eso eres, Anita. Yo soy, a tu lado,
la espina en la rosa, la nube en el sol.
Dejé mis riberas, mi nido de palma,
colgado de un árbol dejé mi rabel;
tendí en el espacio las alas de mi alma
y llego y murmuro mi nombre a tus pies.
¡Tus trovas dejan profundos rastros…
Son arroyuelos y ruiseñores:
aves que trinan entre los astros
y ondas que cantan entre las flores!
¡Nada conozco que inspire tanto
como tus versos blondos y suaves,
en que producen divino encanto
flores y astros, ondas y aves!
¡Si yo tuviera aliento como el águila
que se remonta a la región azul,
me elevaría a la mansión espléndida
donde se sienta el Padre de la luz!
Y postrado a sus pies como los ángeles
que bendicen su altísima bondad,
le pidiera la música del céfiro
y el murmullo pacífico del mar;
le pidiera la voz dulce y monótona
del viento en la desierta soledad,
y el gemido del aura melancólica
cuando calma la ronca tempestad.
Dicen que el nauta que frecuenta el hielo
del yermo boreal, venciendo el frío,
recibe a veces de ignorado cielo
una olorosa ráfaga de estío.
¡Qué beso el de tal hálito de paso!
¡Qué fruición! ¡Qué delicia! ¡Qué embeleso!
El misterio nocturno era divino.
Eudora estaba como nunca bella,
y tenía en los ojos la centella,
la luz de un gozo conquistado al vino.
De alto balcón apostrofóme a tino;
y rostro al cielo departí con ella
tierno y audaz, como con una estrella…
!Oh qué timbre de voz trémulo y fino!
A Déltima *
Me hallo solo y estoy triste.
Tu viaje -que no maldigo
porque tú lo decidiste-,
me hundió en la sombra. ¡Partiste,
y la luz se fue contigo!
¡Somos, en este momento
en que el afán nos consume,
dos flores de sentimiento
separadas por el viento
y unidas por el perfume!
A ti la de radiante y angélica hermosura,
la rubia de ojos negros que lleva el traje azul,
la del lunar lascivo junto a la boca pura,
mujer hecha de aroma, música y de luz.
* * *
A la Sra.
A tres leguas de un puerto bullente
que a desbordes y grescas anima,
y al que un tiempo la gloria y el clima
adornan de palmas la frente,
hay un agrio breñal, y en la cima
de un alcor un casucho acubado,
que de lejos diviso a menudo,
y riéndose apoya un costado
en el tronco de un mango copudo.
Infeliz el cónyuge, ¡ay del que se fíe
de joven hermosa, dulce y hechicera
en brazos de un mozo que apriete y porfíe!
Ella dulcemente mueve la cadera,
y él no mira cosa que la contraríe,
y en los pardos bucles de la cabellera
una flor de fuego bruscamente ríe.
Tan abierta de brazos como de piernas,
tocas el arpa y ludes madera y oro.
Dejo al mueble la plaza por el decoro
y contemplo caricias a hurgarme tiernas.
A tu ardor me figuras y subalternas
en la intención del alma que bien exploro,
y en el roce del cuerpo con el sonoro
y opulento artefacto que mal gobiernas.
¡Adiós, amigo, adiós! ¡El sol se esconde,
la luna sale de la nube rota,
y Eva me aguarda en el estanque, donde
el cisne nada y el nelombo flota!
Voy a estrechar a la mujer que adoro.
¡Cuál me fascina mi delirio extraño!