A una casa de rosas no te acerques
demasiado… que estragos de la brisa
o el rocío inundándola, una gota…
abatirán su muro amedrentado.
Emily Dickinson
1. Está mirando el cielo,
pero se apoya en una escala de ceniza
y define su invencible linaje
antigua en ella misma
y pasajera.
Sé que retorna para el breve latido
entre gorriones y niños sin tiempo,
derramando su cintura de ráfaga,
su piel de olor y su cercana muerte.
¿Puedo guardar mi labio
cuando ella quema su tiernísimo cuerpo
y prepara las órbitas del suspiro
y dispone de la abeja geométrica?
A su cautivo fuego
llega mi fuego libre, con su entrega de llamas,
y toca las orillas de un aromado incendio
y recibe su júbilo y su alianza.
Mientras todo lo vivo tiene sombra en el rostro
ella, la embellecida, arde en el suyo para siempre.
¡Mirad el eslabón de su primer mañana,
su panal voluntario y su viaje sediento!
De un deshecho arrebato
vuelve a su reino por azul semilla
y en ciudadela de aire se defiende
y convoca puñales y violines.
Esposa renovada
que salta del olvido con su paso de miedo.
¿Dónde sus verdes ángeles nupciales,
su llave de oro y su misterio?
¡Ah, ceñidla de asombro!
¡Buscad su noche ardiente y su combate!
Yo podría decir su lámpara de pétalos.
Ella dirá, tal vez, mi tiempo de rosales.
2. Porque guardo la rosa:
porque la llevo, adentro,
como una llama dócil que obedece
a un fuego nunca visto
y a un coral encendido entre mareas.
Su corazón eterno
vive bajo mi pecho y mi palabra.
Su profunda raíz, color de vino,
estalla siete veces
en siete nuevos trajes del aroma.
Conozco el río interno donde canta
y el barquero dormido
que la trae a mi labio, dulcemente.
Conozco su silencio
y también su lenguaje melancólico.
De su torre de espinas
brota un clima de luz que me sostiene;
un maduro recuerdo del recuerdo,
con sus nombres caídos
y sus puertas a orillas del sollozo.
¡Qué soledad de flor puede saberla
como yo… como el gajo
de estas ascuas pequeñas que me llevan
buscándola, llamándola,
hasta encontrar su rama enajenada?
nos hermana un secreto:
tal vez todo el amor que va conmigo.
Ligaduras de edades nos acercan.
Inmóviles palomas nos vigilan.
Suelta corre en mi sueño,
inaugurando tiernos horizontes,
y a mi deseo sube, sin decirlo,
con su licor de meses
y su jardín de cuerpos y abandonos.
Creo que puede ser mi propia sangre,
mi perdido planeta,
este bulto de cálida alegría
y esta mina de fuego.
Para marcar su sitio,
su vestido de rosa entre las rosas,
estoy aquí, viviéndola en mi tacto,
en numerosas muertes
y en la sien desvelada en ruiseñores.
3. Estoy hablando de la rosa
con un hombre dormido.
¿Sabéis que escucha el hombre, en su trasmundo,
como se escucha el mar a medio sueño,
y apenas sabe que la rosa vive
perdida en mi palabra
y en el alcance oscuro de su cuerpo?
Duerme el hombre -mi hombre-
sobre la fiel presencia de la rosa
y sus limpias bondades.
Duerme sobre el abril de las semillas,
sobre su guerra joven
y su memoria de divinos pájaros.
Las sábanas recogen
el goce balbuciente, el «yo te amo»,
y alzan una región de dulces pliegues,
secreta, preferida,
donde la rosa casi le despierta.
Yo interpreto la rosa,
pero cae a sus pies y no la mira.
Una extraña vergüenza nos aparta.
Una súbita helada nos castiga.
El hombre duerme y duerme…
Nocturnamente busca lo que es suyo
Tanteando va, por valles de alimento,
y apaga las señales
y encuentra su cabeza en mi cintura.
¿Cómo explicar la rosa y su destino?
¿Su incendio azul y su ribera frágil?
¿Cómo decirle, sin herir su lecho,
mi patria solitaria?
A la tiniebla el paso.
Mi pequeñez tras los sombríos muros.
Ya vendrán voces nuevas, nueva casa,
y el horizonte que me entregue el mundo.
¡Primavera colmada,
para vivir la rosa del dormido!
Dos torcaces mellizas le consienten
y un adiós le desangra
en la rosa humillada y fugitiva.
4. Cuando vuelvo a tu nombre
hallo mi rosa solitaria
como llama en desvelo.
También en juventud de mil jardines,
sedienta, de tan joven.
Tu sitio de laurel, tu aislada torre,
-entre verdad y nube para el sueño-
permanecen a orilla de los pájaros
que daban corazón a la hojarasca.
Me pongo a ver mi cuerpo de aquel jueves
y mi pañuelo blanco.
Si del adiós venía, sin camino,
¿qué cruz de azar me señaló tu casa?
Porque tú estabas en esbelta sangre
alumbrando secretos en los libros,
midiendo el tiempo con estrellas altas,
huido y buscado dentro del suspiro.
¡Ah, mi asombro dichoso, mi pregunta,
tu voz de caracol, llena de mares!…
Ya estoy al pie del aire, en lo terrestre.
Ya por mis piernas suben los manzanos.
Quería descansar en tu silencio,
ir por tus venas hasta el niño de antes;
tal vez medir el río verde-lágrima
que te pone en los ojos ese bosque.
Y miraba lo tuyo como tuyo:
tu alero y tus ventanas,
la compañera de tu noche antigua,
las tres ángelas, siempre en delantales.
Pero dolía todo por gozoso,
por su virtud de vida,
porque era yo como un panal colmado,
como una luna libre.
Demonios pequeñitos instalaron
aquella niebla en medio de nosotros
y fui, desde la nuez de la tormenta,
la siempre agitadora.
Donde apenas tocamos nuestro suelo
de casi paraíso
¡qué límite cerrado, qué metales
para mi nueva herida!
Sin embargo, mi cielo penetrante
te deja una paloma,
y mi sal, tan amarga y tan activa,
un ramito de aljófar.
Para tu puerta esta señal de ola
y este idioma de olvido para el mundo
¿Hacia dónde mi paso sin deseo?
¿A quién este abandono?
Entre rosales vienen los amantes
con su rosa del día.
Sobre la muerte caen, inmortales,
con sus rojas espinas.
5. Es cierto que llegaste de tu arrojo
hasta mi cuerpo dulce y sorprendido.
Amor había estado entre mis lágrimas.
Nunca en la oscuridad de mis raíces.
Llegaste con tu incendio sobre el agua,
con tu pecho de sal y tu camisa.
Yo habitaba el solar de los recuerdos
y era mi corazón como una isla.
De pronto te miré, dándome el mundo,
sin más poder que tu bandera libre.
¿Qué arboleda lloraba en tu silencio
y qué historia de oleaje en tus heridas?
Sudoroso de fuerza y de trayecto,
íntimo del adiós y del peligro,
en mi suave verano por las rosas
fuiste cálidamente precedido.
Yo adivinaba los secretos gajos
y el hondo valle, más que paraíso…
Todo el horario de palomas súbitas.
Todo el abrazo de mi propio abismo.
Pero la tierra no me aprisionaba
con el nudo caliente de sus limos.
Era del sueño, como flor de nubes,
y era del aire, como golondrina.
Alarmó mi quietud aquel llamarme,
aquella fuerza tuya, detenida.
¿Cómo negar que en el convulso encuentro
tuve la luz terrible y la ventisca?
¡Qué importa que tu rosa nos dejara
tan sólo su aromado torbellino
y que perdure, en el correr del tiempo
el corazón punzante de la espina!
Hablaré de mi suelo poderoso,
de la angustia, la sangre y el olvido.
Tendré un país dorado en la memoria
y en la frente un camino de ceniza.
6. Veinte rosas han muerto entre mi pulso,
¡veinte cálidas rosas!
Hubo todo un rosal de fuegos altos,
con su frágil aroma.
La nube me dejó sus leves ascuas,
sus deshechas alondras;
y algún amor que va por su misterio
sin la estrella vehemente
ni la antigua corona.
Sigo siendo la fiel… ¿quién ha podido
decir que le traiciono?
¡Cómo no ver que crezco en esta muerte
secreta y poderosa!
La ausencia canta y llora su vacío.
Llora y canta mi rostro.
Vine para sentir, como la brisa,
que por libre estoy sola.
Estas huellas olvidan aquel paso,
aquel puerto de hojas.
Estas manos borraron en el tiempo
las erguidas bellezas
y los pequeños nombres.
¡Ah, sentidme cabal por mi arrebato!
¡Coged mi tarde de oro!
Funda mi voz el peso de mi angustia
en el día de todos.
Estoy de pie porque rompí las redes,
porque huí con mi sombra.
Estoy de pie porque salvé del miedo
el reino de mi frente
y la palabra joven.
Hasta un altar de invierno me dirijo,
hasta una luna sorda;
pero un ramo de paz, un ramo dulce
me sale de la boca.
¡A ti, rosa del aire, rosa pura,
perpetuamente rosa,
las inasibles llamas de mi pecho,
los íntimos silencios
y el ay de mi derrota!
No seré lo que fui: bulto agitado
en medio de las cosas.
El alma libre definió sus rutas
por altos miradores.
Subiendo para hallar nuevos rosales
-ya con clima de otoño-
en delirante viaje voy, de prisa,
al eco de mi labio
y al corazón del polvo.
Por corrientes audaces mi regreso
volverá de la noche.
Dando un largo rodeo sobre el viento
despertará dormidos
mi palabra de ahora.
Hablo al que entiende, nunca al que se queda
apenas en el goce:
detrás de mi laurel baja el camino
que aflige y sobrecoge.
Entre su limpio verde nadie mira
las oscuras memorias,
ni las negadas arpas, ni los hielos
o las muertas palomas.
Ya no tengo mi suave primavera
ni las manos que exploran.
Comprendo que hay un algo no aprendido
debajo de mi paso
sumiso o victorioso.
¡Solitario tormento, casi lágrima,
alcanzando horizontes!
El que dice que me ama, el más amante
de mí sabe tan poco.
Que la desnuda vida, por desnuda
ciega orgullos y ojos.
¡Leed este poema en la mañana
y cortad otra rosa!