Shankara era el camino por el que te perdías.
El hombro sin espacios
por el que te enredabas a mi pelo mojado.
Shankara era encinas, las fosas de tu cuerpo,
mis besos sin medida mordiéndote la sangre.
mandarinas de oro cayendo en el asfalto
y tu sueño rendido a la luz de febrero,
mucho antes, quizás, de llegar a Shankara.