De «La casa Cabrera»

Aquí la luz se abre, se extiende al interior,
penetra por las bóvedas y alcanza,
como una tromba dulce, los árboles del patio.
Aquí la lluvia nace, aumenta y se desploma.
Se inclina en las barandas, recorre las paredes,
los arcos rebajados, las columnas de arista.

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Sabía que vendrías

Sabía que vendrías.
Que tu barca de acero encallaría en el fondo
entre las plataneras.
Que subirías la cuesta hilada de mocanes
por aquel caminito en forma de culebra.
Que primero llegaría tu cabeza,
luego el cuello,
los hombros,
tu espalda contra el risco y los dragos del lomo,
el beso adormecido.

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De «Penumbra»

Cuando el cansancio es grande y tiene forma oblicua,
se sienta en el rincón más tibio de la casa
y reconstruye el mapa completo de la isla:

El reborde de espuma rizado de gaviotas.
Los volcanes al sur,
al norte los barrancos.

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De «Del amor imperfecto»

Cuando tu lengua escarba mi cuerpo lacerado
que fue tan sólo tuyo durante un tiempo espeso,
inmortal y perfecto.

Entonces tú terminas y yo comienzo a amarte.

Cuando he rugido cóncava debajo de tus piernas,
y has dejado un reguero de sal y hierbabuena
sobre mi piel reseca.

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El patio

Por eso a sus amigos les dice casi siempre sin temor a equivocarse
que la imagen constante e invariable del mundo nunca fue la redonda.
Que el universo tiene la curva exacta de su patio
(los árboles son frases referidas:
«más grandes», «menos verdes», «más altos»
que esa larga palmera que cubre su ventana)
que quiera o no lo quiera,
el mundo tiene aspecto de almendra, de dátil, de guayaba.

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Manifiesto

Hoy declara que os ama porque oléis a madera,
porque habéis socavado en su cuerpo una brecha
por donde corren ríos
y vienen a romperse los cristales del sueño.
Las palabras son vuestras
y son vuestras las manos y el miedo que sostienen.

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Naufragio

Una tarde de Enero la nave perdió el rumbo.
A lo lejos,
el viejo marinero atisbó tierra firme,
oyó el suave murmullo de pájaros sin nombre,
la extraña melodía del Caballo de Troya,
y, peligrosamente, se acercó hasta la orilla.

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El que se arroja al agua con su cuerpo magnífico

El que se arroja al agua con su cuerpo magnífico
y luego deja gotear el mar por sus caderas y las mías
como una prueba incontestable de perfección y afecto.
Aquel que me sonríe
desde la hilera mágica de su terrible boca,
inocente guerrero,
putrefacto montón de espléndida hermosura,
el único que sabe cómo he perdido la batalla
y por eso me observa, todavía,
con una cierta sombra de dulzura.

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Me besabas los ojos con tus ojos

Me besabas los ojos con tus ojos.
Con tus ojos mi vientre y tu ternura
se engarzaban felices en el arco lunar de tu alegría.
Y en ese resplandor de los atardeceres
me ofrecías el milagro de renacer por ellos.
Dorada la sonrisa y el amor que me dabas,
podía descubrirte,
regresarte,
hacerte mío,
a través de una mesa de fibra aguamarina.

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Tú tienes la costumbre de los ríos

Tú tienes la costumbre de los ríos:
pasar por las riberas sin mojarte,

formar algún remanso en el camino
y luego hacerte bulla, catarata,
arrasar con las plantas de la orilla
y arrojarte de golpe en los océanos.

Tú tienes la costumbre de los peces:
deslizarte muy suave entre mis muslos
y quedarte parásito en mi origen
cubriéndome de escamas la cintura
para luego afiliarte a la albacora
y tomar otro rumbo sobre el agua.

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Tus nietos y mis nietos

Tus nietos y mis nietos
conocerán un día el viaje que soñamos.
Sentados en el tren navegarán Krasnoiarsk,
los ríos nacarados de Siberia,
la tromba de marfil de tus rodillas
anidando mis pieles.
Me leerán.
Te leerán.
Volverán sobre tus pasos y los míos.

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Yo soy la que comparte contigo el abandono

Yo soy la que comparte contigo el abandono,
la que entretiene sus juegos con los tuyos
y deja a cielo abierto el campo de batalla.
Yo soy la favorita.
La más agasajada.
La que mejor comprende tu soledad de alberca,
la que sabe reposarte de cetros y coronas,
la que teje sin descanso esa capa de lino
que volverá a cubrirte los días de tormenta.

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Ay, paloma, mi pecho

¡Ay, paloma, mi pecho!
No enseñes el dolor que te hace leve.
No pronuncies el nombre que te delataría.
Sobrevuela el espacio que ocupo por tu boca,
lánzate valerosa sobre mis ojos tristes
y devora la lágrima que convive conmigo.

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Corre, amor, por el aire

Corre, amor, por el aire,
no detengas tu vuelo.
La reina tiene miedo, amor,
la reina está asustada,
que ayer sostuvo el arco y las flechas reales
cuando vio a los guerreros dispuestos a la caza.
El vuelo de mis alas se extendió sobre ellos
y el rey dijo: «Matadla».

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Aladas

Yo no soy esa muchacha
de pelo ensortijado y cintas en el pelo
que baila para ti en los antiguos salones del Coimbra.
Yo no soy esa otra que se desliza suavemente
por las gastadas alfombras del viejo comedor
-los brazos en alto como nubes o pájaros-
tarareando canciones que te dejan partido el corazón..

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Mascarones de proa

Me hundo y luego vuelvo a renacer de nuevo.
No pueden las tormentas con mi rostro y su pena.
Derivo mar adentro.
Me tragan los abismos
y resurjo de nuevo sobre el mar y las olas.
Yo soy insumergible.
Como esos mascarones de los barcos antiguos
que navegan soberbios del tajamar en lo más alto.

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Pastoreo

Ay pastor,
rebaño es este cuerpo
que apacienta y habita los prados de tu casa..
Vigílame, pastor.
Acéchame los labios y el pasto donde como.
Vigila los cercados,
que hay un lobo rondando por el invierno mío.
que las nieves son altas y se ha posado el hielo
en este pobre pecho que a veces fuera tuyo.

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Te quiero porque fumas

A Paul M. Viejo

Te quiero porque fumas y bebes y blasfemas
y escribes sin cesar por las paredes
o en la estación del tren
o en los bordes urgentes de una alcoba vacía.
Porque le has puesto verbos al dolor que te invade
y aunque lo llames Marta
soy yo quien te acompaña
por esa travesía pesarosa de un nombre.

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El extranjero

Tú eres Aquiles, el hermoso perdedor,
el de la espada de hierro,
el de la radiante cabeza coronada,
el mejor.
La verdad que sí,
¡Oh dioses inmortales!
que eres realmente bello.
Y no me extraña en absoluto
que Helena perdiera el aliento

y su peplo de seda,
al verse frente a ti
arrojadas al mar sus sandalias de cuero.

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Hoy quiero regresar

Hoy quiero regresar.
Tengo miedo al saber
que la higuera se va volviendo grana,
y al viejo nisperero le han crecido los gajos
hasta alcanzar la casa.

Hoy quiero regresar.
Cuando febrero se acerca, ya sin frío,
para recobrar aquel remolino de almendras
y tuneras.

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La madre

Estos días azules y este sol de la infancia.
Antonio Machado

Cuando murió la madre lo supo de una forma distinta,
poco clara quizás.

De herencia le dejó un álbum de serpientes,
una cómoda antigua con cristal de bohemia,
un cuadro con jardines y una calle de plomo.

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Los domingos no llueve

Los domingos no llueve.
Me quedo como muerta detrás de los balcones
y espero de la tarde cualquier cosa distinta.
Pero no llegas nunca.
Te olvidas de mi pelo
y del vuelo ligero que emprende al contemplarte.
Mis costas se te pierden
y te olvidas del sur y de mi boca.

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Recuerda

Recuerda que la lluvia cayó porque yo quise
y porque tú quisiste me miraste al espejo
y me encontraste hermosa de verde y gabardina.
Recuerda que lloraste cogido de mi mano
y yo llené de besos tu infancia despoblada.
Recuerda que la noche llegó porque yo quise.

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Recuerdos

Recuerdo el amor que me nacía al tiempo de la lluvia.

Recuerdo los baúles y las colchas de hilo,
las flores de lavanda volando por espacios abiertos y felices,
aquella despiadada multitud de grillos debajo de las lápidas,
y tus besos, pan y aceite, detrás de los postigos.

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Te imaginas, amor

¿Te imaginas, amor?

¿Te imaginas, amor?
Tus nietos, tus parientes,
y en el último asiento una hermosa muchacha
iluminado el arco de sus blancas axilas
por la luz de tus ojos.
Vendrán los oradores y hablarán de tu ingenio,
de tus muecas feroces,
de las horas amables en que ocupabas sitios,
lugares acordados.

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