Todos los días se matan en La Habana
dos millones de gatos y quinientos caballos.
Quinientas yeguas solas sostienen el rencor de su dureza
se abrazan
en la pira arrogante del león babilónico.
Trasgos de sangre suspenden el azul y el animal del trópico
se agota.
Diez millones de vacas ya murieron
tres mil palomas agonizan
y el olor de los lirios se deslíe
en un prurito de ácidas hormigas.
Los ciudadanos temblando se repliegan
a construir el escenario de la nada
si no quedan caballos ni lengua ni jazmines
si los trenes de leche detuvieron su paso
donde cantaa la belleza
y ahora se escuchan los terribles quejidos de las vacas
si los lirios, los gatos, las palomas
son animales muertos.
Pero yo no he venido a ver el cielo
cómo voy a ordenar pedazos de paisajes
ordenar los amores que son fotografías
y luego tambor tosco, bocanada de sangre.
Ay, voz lejana
ay, voz de la sordera
estás aquí bebiendo mi humor de niña muerta
quiero llorar mi talco, como lloran las niñas
porque yo no soy ni mujer ni poeta ni azucena
soy el agua y el vino y el aceite
una llaga tal vez que debe al fuego
y me andan buscando.