La primera creación de Dios fue la luz
de los sentidos; la última fue la luz de
la razón. Su obra del Sabbath es, desde
entonces, la iluminación del espíritu.
Bacon
(Ensayo sobre la verdad)
1. De nuevo el silencio vigilante…
De nuevo aquí, en su noche
poblada de semillas inmortales
y pájaros dormidos;
profundamente el ángel invencible:
esa leve presencia sin pasiones,
alumbrando las frentes que descansan.
De nuevo su mañana de luz virgen;
su lirio mensajero;
el fino colibrí -casi arco-iris-
la mujer, ya sembrada,
y mi voz… con el árbol de palabras.
Llega por el olvido;
por senderos que brotan de sus pasos;
bajo el temor gozoso
de sentirnos humanos;
tal vez en el afán inexplicable
de perseguir su nombre
como nombre del alma.
De nuevo…
Su blanco resplandor detrás vivía;
sus alas poderosas
sean la protección de mis espaldas;
pero el ojo que entiende
la luz -y con la luz mundo del ángel-
escogió palideces de la luna
y el horizonte falso.
Cambié al celeste amigo,
al fundador de mi ciudad profunda,
por rostros inasibles,
mentiras del laurel sobre las aguas
y jardines de humo.
Lo vendí, lo olvidé, no quise oírle ,
porque un cantor ardiente iba dejando
su voz en mi regazo,
mientras nacía -dentro de mis sueños-
aquel tiempo de júbilo.
No pude estar con él y con el otro.
No pude dividirme.
Y el hombre del camino fácilmente
penetró en el sagrado territorio,
que siempre fue del ángel.
Jamás un compañero, un amoroso,
había descubierto
mis escondidas grutas de verdades;
nunca, en ningún momento de abandono,
entregué los secretos
que traducen la muerte en opulencia
de criaturas naciendo con sus lágrimas.
Pero esta vez equivoqué el encuentro,
los nombres, las imágenes;
di musgos y temblor de adormideras
a quien apenas recogió mi dádiva,
y caí como abeja mal herida
entre verdes gusanos.
¡De nuevo mi guardián, mi jardinero,
en el huerto apagado!
¡De nuevo con rocíos que trabajan
en las siembras hundidas,
en los brotes pequeños
y en las flexibles ramas!
¿Entendéis por qué digo que regresa?
Al fin quiero mirarle.
Eran mis ojos, bajo nieblas mías,
los ciegos y cobardes.
No podía morirme en mi castigo,
ni mantenerme en el vivir nublado.
Tenía que decir: ¡el ángel vive
ahora como ayer… y antes del antes!
* * *
2. Le confiaron mi cuerpo temeroso
y la pequeña luz de mi conciencia.
Arriba, adentro, abajo, no sé dónde,
conoció rostro y rostro que usaría
yo… con cada pecado.
También midió las noches venideras,
el mar y sus naufragios,
los vientos -de poderes increíbles-
las corrientes amargas.
¡Capitán de tormentas,
buscó en mi corazón fondo de mares!
Bajó a la casa oscura;
penetró en ella, como luz de sangre;
abrió puertas que nunca recibían
el aire iluminado;
trajo su blanco aliento
y fue calladamente a todas partes,
con el día de amor en la terrestre
palpitación humana.
Levísimas fragancias
-traslúcido regalo de sus dedos-
supo verter encima
de las flores sin nombre.
El místico jardín esconde siempre
amorosos designios.
Me dio el aire y el tacto,
el éter y el oído,
la tierra y el olfato,
el paladar y el agua,
la luz, y los colores en la vista.
Además, sin decirlo,
se nombró celador de aquel dominio.
¿Qué relámpago puro
me señala los números sagrados
y me hace ver la esencia que mantiene
alta mi frente, como flor pensante?
¿Es el joven celeste, el mensajero
del esparcido rayo?
¡Si yo tuviera un cuerpo de neblina!…
¡Si fuera tan ingrávida
como el vuelo del ángel!
Pero hundida en mi agobio,
condenada al castigo de mi carga,
aprendo por trayectos corporales
el modo de encontrar, dentro del cuerpo,
la más celeste gracia.
¿Va mi pecado -en su interior dolido-
buscando la conciencia de los ángeles?
Batalla de mi cuerpo
con su propia substancia.
El animal acaba lentamente
y va naciendo el ángel
en las manos del ángel.
* * *
3. Yo debo celebrarte -cuerpo mío-
recordando enseñanzas recibidas
por los húmedos ojos;
por las manos que palpan todo aquello
que viene de la tierra;
por los pasos, llevándose al camino
el ruego de la sangre.
Y debo rechazarte -traicionero-
porque olvidas, de pronto, lo aprendido
en la casa del ángel.
Te celebro un momento, te rechazo,
pero te vivo siempre
con la vida y sus cambios.
Tan simplemente cumples tus deseos,
sin recordar tu cielo penetrante;
tan atrevido alcanzas muchedumbres
nutriendo tus mentiras,
cegando tus batallas,
que a ratos me pregunto si mereces
edades que ya tienes
y este nombre mortal, pero encendido
en fuegos inmortales.
Te dieron frente y voz para salvarte.
¿Y qué has hecho con ellas?… ¿Di, qué has hecho
sino perder los siglos, las piedades,
borrando hasta el ensueño
de patrias donde eternos conductores
establecieron -para ser vividos-
los altos y perennes mandamientos?
Muerdes el pan como se muerde el fruto
y el bocado que viene
de un grito de agonía prolongada;
aún no apartas la harina de la sangre
y hieres en el círculo de miedo
al trémulo animal, al indefenso…
Vas con el odio -el hacedor de noches-
hundido en tu misterio,
y obedeces su sombra y lo alimentas
con fuerzas substanciosas.
Eres el que combate por la muerte,
alzando como limpios
estandartes de odio.
¡Pobre triste… pidiendo a las estrellas
sus radiantes campiñas!
¿Por qué no tratas de encender los cielos
que llevas escondidos en la interna
mansión del vigilante?
Puedes llegar a todos los planetas,
sembrar valles de luna,
perderte más allá de las esferas
que cantan, por azules infinitos,
mejor que ruiseñores.
¿De qué te servirán tan altos vuelos,
con alas que no brotan de ti mismo?
¿De qué tanta palabra constelada,
si todavía guardas las ortigas
y llevas como parte de tu sangre
estos violentos ríos de exterminio.
¡Polvo se hará tu mundo por el aire,
si no te asiste el ángel!
Más… ¿Acaso podría
el fino morador desampararte?
¿No te ofreció en la casa de las tinieblas
iluminada estancia?
Conducido por él has de llegar
a su reino entrañable,
y entonces todos los que van contigo,
contigo han de salvarse.
Porque lo más viviente de la vida
en tu pecho descansa
y el huésped inmortal el silencioso
siempre alumbró tu viaje.
Ya tienes el paraje que descubre
los caminos del alma;
ya encuentras en amor el día humano
y el indagar de aquéllos
que son tus semejantes.
* * *
4. Corro a tu luz
y busco…
Gozoso me recibe
el ángel de la espera.
El cuerpo tuyo, el mío,
El cuerpo mío, el tuyo, ya se entienden
en un silencio santo;
ya saben que hay un nombre sin sonido,
que une todos los nombres;
un rostro eterno, libre de dolores,
proyectando mil rostros…
Cielos humanos duermen en lo estrecho
del terrenal aliento;
voces de altura cantan bajo el ruido
de la incesante lucha;
una patria feliz patria de sueños
extiende litorales amorosos
debajo de la frente;
las estrellas de Dios guardan su olvido
en nuestra propia sangre…
¡Y los ángeles abren
su triunfante aleluya!
* * *
5. Mi frente:
avecillas golpeándose
las alas.
Mi verso:
pequeña luz,
apenas alumbrando.
Mi mano:
aquí mi libertad
y mi combate.
Mis ojos:
sobre la tierra
el blanco sol del alma.
Mi pecho:
mansión del vigilante.
Adentro El Bienvenido
naciendo en mí y en todos los humanos:
profundo como el sueño,
envuelto por la noche,
rodeado de las bestias
y de todos sus ángeles.
Naciendo…
La navidad oculta
deja una estrella aquí
y allá una lágrima;
y así vemos los montes, los caminos,
y el rostro del hermano.
Es interna la aurora
y empieza a despertarse…
Si no hace en tu vida y en mi vida
de nada han de servir
las horas de batalla.
Aprendo mi lenguaje con el ángel,
cuando en silencio habla
y por eso dispongo de oraciones
bellamente eficaces:
«Que la luz primogénita
ilumine la mente de los hombres.
Que la paz de los sueños y los cantos
se establezca en el mundo para siempre.
Que aprendamos, gozosos,
a servir como libres servidores.
Que olvidemos agravios,
instalando el amor en ese olvido.
Que el ángel más radiante
con nuestro propio corazón nos guíe.
Que así sea. Así sea.
Y que yo, humildemente,
cumpla mi humilde día de servicio».