Se congregan junto al fuego de la playa
y la hoguera se extingue con los primeros atisbos de la aurora.
Luego duermen hasta que el mediodía
los despierta con una extraña confusión
de sol tórrido y brisa marinera.
Pasan las horas de la tarde
contemplando el flujo y el reflujo de la costa
o se van a los acantilados a contemplar el panorama
de la bahía, el arribo del utópico buque que los rescate.
Y cuando la tarde también claudica,
por haber perdido ya la esperanza en las plegarias,
para los hombres serenos escriben un mensaje
y arrojan al mar la cotidiana botella.