Hay un fuego que anima todo lo inviolado.
Guillermo Valencia
Mía sólo en el don de su presencia,
con sus manos sedeñas y sedantes,
con sus ojos -berilos fascinantes–
y sus silencios -cálida cadencia-.
Mía tan sólo en la frutal esencia
de plenitud vertida en los instantes
del coloquio… (los labios suspirantes
la apuran como un vino de sapiencia).
Mía sólo en el claro cautiverio
de la imagen, el roce y el latido,
en insondable, embriagador misterio,
¡Oh fervor en sus manos recogido!
¡Oh placidez de su inasible imperio!
¡Oh deleite en sus ojos exprimido!