Lluvia del aguacero,
lluvia de agujas de acero,
lluvia llena de olores y de ruidos
que me mueves el alma y los sentidos.
Qué lejana visión en ti se afina:
Cuando eras citadina…
Cuando eras pueblerina…
Cuando eras campesina…
La urbe episcopal, vieja y lontana…
mi pueblo… mi casona… mi ventana…
la granja con su olor a mejorana…
Fresca siempre al caer y siempre bella;
pero ya no eres aquella:
La que con mi devoción
rezaba su honda oración
allá dentro de aquel hueco
barítono canalón.
Cuando eras agua bendita
para mi alma que contrita
y neófita en su emoción,
acaso en ti comulgaba
su pristísima comunión.
Cuando soñaba y soñabas,
cuando te hablaba y me hablabas,
cuando eran alma las cosas,
cuando del patio ancestral
marchabas sobre las losas
en un desfile marcial
de infinitos soldaditos
de ejércitos de cristal.