Aquélla, la más perversa nunca amó.
Se enredó en mis brazos entre sábanas. Sabia,
los pies hacia la puerta…
Irascible, su único defecto era su única virtud,
al placer amó más que al dinero,
a una cicatriz
que aun collar de perlas.
Yo que frecuento las tabernas cerca al mar
sé que ella piensa en Lautréamont
– nombre desconocido –
y en la melancolía de un atardecer gracioso
como un ojo vaciado.