Los tapices de mis recuerdos están hechos
de lágrimas, de estrellas y de sangre.
Yo los tejí, bordándoles a través de los tiempos
ramajes con retoños de flores y de espinas,
y entre las hojas, en calientes nidos,
eduqué ruiseñores y tuve nuevos cantos.
Mis raíces tomaron, como garras, la arcilla
y al final busqué a tientas en lo desconocido
salpicado de astros y busqué
con paso alado entre las tempestades.
Yo soy como una arena de fósiles, de conchas,
de indescifrables y olvidadas páginas,
un cementerio de tumbadas piedras
con los nombres grabados en idioma extranjero.
Yo soy la queja que se esparce al viento
cuando la piedra pesa ya sobre el ataúd.
Soy el montón informe de vasijas quebradas
allí donde habitaron los más antiguos hombres.
Soy la gruta manchada por imágenes
que retratan la fauna de otro tiempo.
Con crueldad mis abuelos abatieron las bestias
trazando con los sueños y la sangre un camino
que del fondo del tiempo marcha hacia no sé dónde,
pero que sin embargo debe desembocar
en el claro de un bosque donde haga calor siempre…
Pero el rastro es muy largo y viene de muy lejos.
y parece que el claro, de pronto, está y no está,
sobre la boca abierta de una roca escarpada.
Hemos robado al sol el fuego y su secreto,
que se torna en pesada carga para nosotros
lo mismo que un peñasco suspenso en el camino
del muchacho y la joven que en sí llevan
tentadores placeres en la carne
igual que en los toneles reposan las soleras.
¿Aplastará la roca la vida y en los campos
floridos dejaremos que persista la niebla?
¿La geometría de las nuevas fábricas
consentiremos luego que se hunda
sobre los mismos que la construyeron?
La fe, con sus encantos incansables, trabaja
el llano de la duda. Hemos mandado ya
cohetes a la altura que se embriagan
con los espacios cósmicos y han ido a buscar nuevas
pruebas de que la vida ya no tiene poniente
para el hombre impulsado a vencer combatiendo.
Aquellos que en tu rostro han escupido,
se tragarán la afrenta. Fuiste dado
a innumerables hombres, te ofreciste
por su felicidad y por tu gloria,
¡tú, agudo acero, tú, mi flor suave!
Los tapices de tantos recuerdos has sembrado
de resedas, haciéndolos florecer para mí.