Tú gritas hacia el hombre que se esconde en ti,
él no vuelve la cabeza.
Tú le agarras por el hombro,
él sigue hacia adelante.
Tú vienes a su encuentro por caminos disimulados,
sus ojos te miran ciegos.
¿Adónde va el hombre en mí escondido?
No responde, pero sigue hacia adelante,
por un camino sin camino,
a paso igual,
a paso rápido
y coge con su mano
alguna estrella caída de tus párpados,
que traga sin masticar
y sigue hacia adelante.
Tú le pones un obstáculo,
tropieza pero no se detiene.
Tú le cavas un foso en su camino,
sin mirarlo alarga el paso
y sigue más lejos.
Tú haces rodar piedras sobre él
desde tu cima rocosa y calva.
El cae, se levanta
y continúa andando.
Tú le dejas partir solo
y lo miras alejarse
hasta perderse de vista.
Pero siempre tú oyes el ruido de sus pasos
seguro, infatigable
en la cadencia de tu corazón.
Tú corres detrás de él
sin alcanzarle.
Tú no oyes más que sus pasos, nada más que sus pasos
trotando dentro de ti a través de la noche.
¿Dónde estás, hombre mío?
Espérame, yo te sigo.
Tengo miedo, detente,
no puedo dejarte solo,
iré donde tú vayas,
no importa adónde,
no importa cuánto tiempo.
Hasta si no es a ninguna parte,
hasta si es para siempre.
Quiero ayudarte,
en tus ojos ciegos
encenderé las llamas de mis miradas,
a tus oídos pasaré mi oído,
acostumbrado a oír la tormenta a través de los silencios.
Y yo te cantaré
canciones de embriaguez y de amor,
canciones viejas,
las más nuevas canciones
para expulsar tu tedio
a través de tu viaje sin fin.
Espérame, no me dejes en estos parajes,
llévame contigo.
¿Se detuvo?
Yo posé la mano sobre mi corazón,
apenas si latía.