La tarde ronda siempre la infinidad
del día. Un límite de muerte
que nos recuerda el fin de toda cosa,
el color, los colores que se apagan,
los labios abrevando en la marea baja,
el cansancio del párpado y del cuerpo
buscando la sombra de la cueva,
el café con su leche, la poción
silenciosa, el lomo de los libros
intocados esperando la mano
que los abra y descifre.
Yo me envuelvo
en la tarde presintiendo a lo lejos
la miel densa de los hondos panales,
anhelando los besos que se podrían dar
y que nunca se han dado, y contemplando
al mundo que pasa inflamado de máscaras
con su noticia vil que se borra al instante.