Palacios abandonados:
una ráfaga escabrosa de tiempo
pasa por ellos: un hálito de ausencia,
una explosión de pétrea melancolía.
Y sin embargo están allí:
con sus muros altísimos
y sus vastos recintos dispuestos
para la escena sublime
del ritual desplegándose frente
a la pregunta permanente
de los ojos humanos, ¡ceremonias,
rituales de la grandeza y el asombro!
Poemas de Álvaro Urtecho
El seco estrépito
de un repentino alzarse de palomas
estremeció mis pasos.
Fue como si algo
se me escapará de la carne,
sorprendida su raíz.
Como si al muerto que guardo
le levantaran la losa y por el mundo
caminara ya sin nada entre las manos.
Azorado, ceñido el corazón a sus imágenes,
frente al intenso resplandor del sol
que se endurece entre el tejado de zinc
y los cables del alumbrado público,
piensa en la ciudad en que ahora vive
y se sabe, como en todas, extranjero.
A Ramiro Argüello Hurtado,
inmerso y recoleto en la ciudad de León
Un hombre solo, ceñudo, ceñido
a su estrofa interior, camina
por las calles de la vieja ciudad colonial.
Es joven ese hombre, pero antiguo,
de tanto bullirle el Ser dentro de sí,
de tanto cosquillearle la palabra suprema
en el caracol de los sentidos.
La tarde ronda siempre la infinidad
del día. Un límite de muerte
que nos recuerda el fin de toda cosa,
el color, los colores que se apagan,
los labios abrevando en la marea baja,
el cansancio del párpado y del cuerpo
buscando la sombra de la cueva,
el café con su leche, la poción
silenciosa, el lomo de los libros
intocados esperando la mano
que los abra y descifre.
Desde que vi, en la primera iglesia
-vecina de la casa en donde cantaron
los gallos de mi nacimiento junto
a la sonrisa inclinada y curiosa
de mi madre-, la faz de Jesucristo,
su corona de espinas, no he dejado
de buscar nunca a ese hombre,
la suma toda del dolor humano,
la suma de lo que no dijeron
ni griegos ni romanos, ni el judío
fariseo envuelto en su traje lujoso
de Pontífice dictaminando la Ley
y la Norma como después en las
capillas augustas del Vaticano.
(En memoria de Rocío Dúrcal)
A Carlos Garzón,
amante del cante y del diamante
Alvaro urtecho
La muchacha andaluza, victoriosa
en tantísimas hazañas del canto:
del cante jondo al pasodoble,
de la gutural canción de barrio madrileño
a la balada y al rock.