No hay más vida ni más muerte
solo lluvia en las manos;
no hay más voz que su voz
en los cristales de agua viva
ni más cuerpo
que su cuerpo en el deleite
de esta estrofa mojada
acariciando tréboles.
No hay más vuelo ni más risa
que beber sus esmeraldas;
ni otro hechizo que no sea la sorpresa
en el húmedo poema de su llanto
ni alegría ni dolor…
en las plantas de este cielo hay luz
cobijándome.
No hay más barcos ni más puertos
que esta lluvia en las manos
entre verdes diluidos y azabaches que ruedan
por el frío receloso de las fuentes
donde la luz del agua esclava
palidece ante otra luz
del agua libre que rueda.
No hay más día ni más noche
solo lluvia
y los corceles del viento en jubileo
sus llameantes flores, sus metales
vagan seducidos en el tiempo
y este ramo de lluvia en mis manos
se abre de miradas.
No hay más reino ni más reina
ni más corona ni cetro
que la gloria indefinida de la lluvia
de alabastro, de violines
de pisadas y de espejos
y la mano del agua
acariciándome.