Así concibo yo a mi patria,
que otros la conciban como quieran
Anduve viajando
muchos años
por el mundo,
con el lucero
de tu nombre
en los ojos.
Y no hubo
una sola mañana,
que se fuera
sin algo de lo tuyo.
Cuando el alba
llegaba, ya estabas
repartiendo tus gestos,
extraños y lejanos,
desde la oscura colina
de mi rostro.
«¿Por qué la quieres
tanto, me decían,
si es amarga y cruel
como el alma de un basta?
¿Por qué, si es tan chiquita
y tan hambrienta, que en ella
a uno sólo le queda por delante
la ardua tarea de morirse?
Pero yo siempre respondía,
que te quiero tanto,
porque aún sumido en la tiniebla
oyendo el largo llanto
de tus hijos,
no puedo ignorar
que detrás de mí
comienza, en verdad,
tu madrugada.
Luego te alegrabas
en el fondo de mis ojos,
y volvías tu rostro
con ternura,
tal vez en busca ya
de los hijos
que están todavía
por venir.