…aprender a morir ya estar muerto.
Platón
Me dañará, lo sé ya desde ahora,
la nostalgia. Se ha cerrado
el ciclo de toda destrucción y el amor
y el amor se combaten. Nos hemos desgarrado
como quien tercamente, hora tras hora,
regresa al mismo sitio por tocar
animales destruidos o muecas disecadas.
Un rencor de pupilas o ceniza
anunciado en el fuego.
Así también endurecimos. Es posible
que llegue un día en el que ya no quiera
hacer ningún esfuerzo por reconstruir
tu mirada más débil, aquella que borraba
hasta el presagio de la pesadumbre.
Nos matamos con los adioses simples,
con la sonrisa puesta mal
en la frontera tensa de la noche. También
morimos cuando una cuchara cae desde la mesa
con un ruido de terremoto impresionante
a la mitad de nuestros dos silencios.
Un día, éste, tal vez, tan luminoso
bajo el azul abril,
descubriremos que podríamos vivir,
un minuto lo mismo que diez años,
con la llaga del otro en ambas manos;
dirás entonces: ya no es posible
continuar, destrúyeme; y sumidos
adentro en la inconsciencia
nos besaremos quizá por la vez última.
Como si con una espada
de suavidad te penetrara y sufrieras
y temblaras entonces. Porque oscilamos,
péndulos ambos, de uno a otro. Árboles
podridos que aún pudieran ofrecerse
frutos. Despedirse, desprenderse,
hasta el muñón, el brazo oscuro, separarse
así del propio cuerpo, quise decir: el tuyo
que fue mío. Todo en el amor derrota
y convulsión, todo un sencillo
aprendizaje: el de enseñarse
a morir y a estar muerto.