Con la palabra inauguramos, damos vida.
Yo te nombro la playa de mi cuerpo,
la bahía de mi boca,
el abra de mis brazos.
Yo te nombro callada,
yo te nombro vibrante.
Te digo aves, te digo remolinos.
Espeso ahora mi juventud, tú la adulteces.
Con la palabra inauguramos, damos vida.
Yo te nombro la playa de mi cuerpo,
la bahía de mi boca,
el abra de mis brazos.
Yo te nombro callada,
yo te nombro vibrante.
Te digo aves, te digo remolinos.
Espeso ahora mi juventud, tú la adulteces.
A Ruth
Mujer de viento,
permite que la playa de tu oído
recoja el mar de mis palabras.
He de enseñarte a amar lo que yo amo
y has de aprender a amarte toda tú:
He de romper lo unido a la costumbre
para que tu sed conquiste calma.
Espesa turbulencia preside mis palabras.
Para mí, tú eres aún una doncella.
Dentro de mí, habito un nido de fantasmas,
un lecho de cigarras, casi un cielo infantil.
Tomándote los pechos, jugamos a ser niños.
Ríes. Rozo apenas tus párpados.
Hablo en plurales giros
porque plural o universal me siento.
Y luego reparto mi alegría,
tal vez sin alma,
lo cierto es que sin cuerpo,
pero conmigo adentro.
Es la crisis total de mi sistema.
Desarticulo puertas,
me desgozno,
me desplomo
como una casa del Virreinato,
y te nombro
y te nombro,
y es que quiero desgajar,
morder, día dije,
la naranja cercana de tu vientre.
Para Valentina
Aprieto mis espuelas
en el ijar de consonantes,
me simplifico de este modo longitudes.
Sé lo que digo.
Me brotan letras unidas en un signo:
el de tu nombre.
Y estoy como mareado
de tanta resonancia total.
Fue entonces cuando aprendiste a dialogar,
quizá de noche, con voz de migración y cataclismo.
Entonces aprendiste a hablar con un rumor de pozo.
Volcada, salías de ti y en ti permanecías.
Descubriste en tu vientre un objeto vecino
en el que concentraste un trabajo paciente,
un amor de minutos sostenidos.
Siento resorte ser,
siento agonía.
Siento mi cierta humanidad
junto a tus meses.
Y repito tu nombre o yo descolorido.
O yo me simbolizo entre metales.
O yo soy ese cuerpo que te embriaga.
Sucede que hallo apenas
no cosas qué decirte,
sino cómo decirte que te espero,
que de mis piedras eres veta,
quede mi pie junto a tu huella.
Bajo mi torso sonreías,
bajo mi abrazo.
Bajo mis ascendentes escaleras,
bajo las nupcias que a tu lecho llevan.
No es sombra ya mi corazón hecho badajo
que golpea la campana de mi tórax.
Mis huesos quieren descoyuntarse,
salirme enfurecidos hacia arriba,
abandonarme.
Estoy desamparado, interiormente destruido,
como si sólo azufre hubieran en mi pecho
encontrado mis dedos,
como si sólo úlceras, desnudez y vacío.
Una orfandad sin límite me descubre y denuncia.
¿Quién me arrebató mis cicatrices?
Estrechar tu cintura es descubrirme.
No hay sitio en el que pueda
apoyar la sombra de mis pies
del que no brote sangre
coagulada en piedra,
esqueletos del aire abrazados al limo.
De muerte y barro antiguo mi alimento.
Y nosotros, ceniza.
Cuando toco tu torso
hay algo que se quiebra.
Apoyada en mi sangre,
observas el vuelo regular de los insectos
y quiero desgajarte;
repetir este gesto que descubre
tu ya mil veces vista desnuda piel
de abedul tambaleante.
No duermas. Una vez más,
merodeador nocturno, encuentro
tus secretos resortes de delicia.
…aprender a morir ya estar muerto.
Platón
Me dañará, lo sé ya desde ahora,
la nostalgia. Se ha cerrado
el ciclo de toda destrucción y el amor
y el amor se combaten. Nos hemos desgarrado
como quien tercamente, hora tras hora,
regresa al mismo sitio por tocar
animales destruidos o muecas disecadas.
Matamos lo que amamos.
Oscar Wilde
¿Podremos dar acaso lo que somos?
¿Jamás? La carne, la mano misma
con la que yo me doy, se vuelve
dulcemente acero, y al durazno
del día -que mastico, goloso-
lo carcome la sombra.
Para saber hasta qué límite en mi sangre,
para que las manos reconozcan
el hueco azul que horadaste en el aire
y que se queja, a diario, por tu ausencia,
para que la memoria de hoy me diga dónde,
hasta dónde, en la carne, me eres necesaria,
necesito que prescindas de mí,
necesitas pensar que estoy ya muerto.
¿Dónde, en verdad, nace el idioma?
¿En la garganta o en la piel?
¿En el hoyo más denso, más
amargo y profundo de la historia?
Lengua y palabra somos, pregunta
acaso, el grito ya voraz, hambriento,
seco, súbita voz de ronca arquitectura,
aire que rasga el árbol,
de la raíz hasta la suave
explosión de la semilla.
Los frescos de Botticelli
arrancados a la Villa de Lemmi,
la Victoria de Samotracia,
con las alas unidas por alambres
y una estaca de acero entre las nalgas:
trofeos de guerra, pasto
para la codicia de los reyes.
El saqueo.
El sol, colérico de sales,
contra el agua arremete.
Hermano con hermana se acarician.
Y un cielo azul está (cubriéndola),
encima de la tierra: hijos nosotros
de esa feroz contradicción, las bestias.
Pero de líquenes, de aceites,
el cielo en la tierra se vacía.
Aunque pudiésemos representarnos
lo que es, no podríamos
decirlo ni comunicarlo…
Gorgias
Desde la pluma brotas, súbita
llama tensa que se prende aun a la madera
húmeda y la quema y la guarda.
Sobre la Tierra, estamos enterrados.
Todo su peso cárdeno
se vuelca sobre mis pies antiguos.
Toda la tierra me avienta sobre el cielo,
me sujeta en mi raíz
y me hunde entre sus manos.
Despedazado estoy.
Mis ojos van allá por el impulso,
mas presos en órbitas se quedan,
asidos a su fin y a su condena.
Mira cómo, desde este exilio de cemento,
se extiende la ciudad, a nuestras plantas.
De aquí partían los mercaderes rumbo a España.
Mira el humo en aquellas azoteas,
el resplandor del sol en los tinacos,
aquellas sucias fábricas a plomo.
Estruendo de humo y trenes.
Edificios que giran en su exacto equilibrio.
Pequeño sol agónico, apenas un recuerdo.
Máquinas que danzan
a una velocidad domesticada por la mano.
Trópico que la altura y la ciudad amancebaron.
Y jardines,
jaulas donde encerramos nísperos,
dalias o nogales:
extranjeros en la ciudad de cemento.
La memoria es una piel que tu recuerdo llaga,
una herida de torpe geometría,
es una carne, un nervio vivos.
Lacera memoria donde el fuego
es la violenta agua apaciguada.
Miro así tu jadeo,
en ese mar, en esas olas me hundo.
El sol es nuevo cada día.
Heráclito
Hoy he tocado tu corazón, sombra desnuda
o vorágine o sola nota de dolor obstinado.
Hoy he tocado tu corazón en las yemas
de los dedos y he oído el mismo agudo acento
que llevó a los amantes al amor
desgarrado y a los pactos suicidas.
11:30 P.M.
Durísima la luna. Igual que tú, tan lejos.
Suéñame, te digo, como te sueño aquí,
hasta que los dos sueños se conviertan en fuego,
hasta que mi aliento sea el tuyo,
hasta que respiremos cada uno
por la boca del otro.
Creyente sólo de lo que toco, yo te toco,
mujer, hasta la entraña, el hueso,
aquello que otros llaman alma, tan unida,
tan cerca de la carne mortal y voluptuosa
o siempre ardiente o nunca maltratada
sino dulce, oscilante entre querer
y subir, adentro de la espuma.
…acampadas en la célula
como en un tardo tiempo
de crepúsculo.
José Gorostiza
Ciego de nacimiento, me escandaliza
el tacto. Vivaldi suena en medio
de la bruma y la ciudad, bella
hasta su colmo, intolerable, extiende
dedos hacia el mar.
Hoy baila mi mujer y taja
sonrientes cicatrices en su cielo.
Hoy ella baila, colibrí ante la flor,
espejo frente a espejos enemigo.
Y la flor se habita de las plumas
y el pájaro seis pétalos se vuelve.
Soy un puño de tierra echado al viento.
Todo cuanto hasta aquí fue escrito,
mentira sorda. No es verdad
que haya sido menos dura
la mandíbula airada de las horas.
Que un pañuelo piedad haya enjugado
el sudor de las víctimas. Falso
también que días más tarde
la vida sea más fácil.
Cuando termino de escribir todo esto,
después que durante horas me imprimo
como un mecanismo de dulzura y de cólera
én las hojas, y el viento desordena los papeles
y entra un siblido extraño, y merodea en la casa
una noche especial, ajena, sin preguntas;
cuando abro las ventanas para que lleguen
los amigos que tienen nombres de herramienta
y prisines, después que me deshago de este
tósigo, cuando quedo vacío, mi mujer
viene aquí con amor que estrangula.
1
La destrucción del fuego, atroz,
y la del tiempo. El bosque que crepita,
a sal, torturas largas. La alegría,
por supuesto. El tiempo reconstruye
la tiniebla. ¿Qué va a ser, si no tiempo,
cada nuez en su rama, exacta, fría?
Se va hacia atrás el horizonte.
La estrella Sirio vuelve hasta su origen
(¿cuál, oh dioses, a dónde va
con esa prisa oscura?).
Otros planetas surcan, en órbitas,
mi sangre. El agua ya es tiniebla,
el árbol se comprime.
A mi hijo Pablo
(palabras para un poema)
¿Qué resta ahora de ti, padre dulcísimo?
A veces pienso que la carne, que la llagada,
la decisiva carne de tus hijos,
cayéndose a pedazos en la carne severa
de sus hijos, deshaciéndose en hilachos
en la carne de los hijos de sus hijos.
A Joaquín Hernández Armas
6
Qué alegría decidir qué beber,
cómo morir, por qué, y en dónde.
Quisiera morir, así,
bajo un gran árbol.
Desearía ser quemado;
que mis cenizas irritaran,
polvo, los ojos de la que amo;
que fueran sólo la mancha
en un libro pasados los años.