Con un paso ya lento o más apresurado,
sobre un camino pavimentado de milenios
se van los muertos, los vivos,
se van los vivos y los muertos.
A veces un vivo se detiene
para surgir como un muerto cerca de ti,
para marchar como un muerto junto a ti.
A veces los vivos están más muertos que los muertos,
a veces los muertos están más vivos que los vivos,
pero todos cantan
y los muertos más alegremente
porque no tienen ningún miedo a la muerte,
y los vivos más alto,
para darse valor antes de morir.
Los muertos van ligero, sin equipaje,
todo lo más una canción,
una palabra buena,
un hermoso recuerdo,
un pensamiento en un libro.
Los vivos por el contrario arrastran detrás de sí objetos domésticos,
un platillo de café,
pucheros, cucharas,
los libros polvorientos, más viejos o más nuevos,
sus manuscritos hasta la última hoja.
Además, algún vivo
se carga también con ideas,
con versos, con invenciones de otros,
muertos o vivos,
dándolos por suyos,
y hay quien en esta faena
se mata trabajando,
teme a los ladrones
o teme que los muertos le pongan algún pleito.
Pero los muertos hacen alegremente sonar sus esqueletos,
bajo la lluvia, el sol o la luna,
y siguen su camino
y dejan brotar como bandera
algún girón de vida.
Al frente va el abanderado
conocido como un gran porta-estandarte,
a su lado los generales,
con los mapas y las brújulas,
los gemelos y otros utensilios para buscar la cima más lejana
llamada porvenir.
Y la cima aparece -desaparece-,
se yergue y se retrae,
danza, se desploma,
unas veces alegre, otras sombría.
Y parece siempre alejarse.
En la columna están también los retrasados,
los que se paran bajo los árboles
por las manzanas, por las nueces, por los gorriones.
Pero ninguno intenta fugarse
porque detrás está sólo el pasado,
ilusiones cercadas por un cerco de ilusiones
y nadie querría extraviarse entre fantasmas
pues cada uno quiere ver con sus ojos el Porvenir.