Hazle, Dios mío, una cabaña al sol,
en un rincón de la vieja campiña,
no debe ser más alta que una flor
que sea del tamaño de una oreja.
Hazle una charca de agua bajo el sol,
y de un palo de fósforo una nave
para que en su azufrada cabecita
ella pueda tocar el infinito.
Dále una mariposa delicada
y una rana tallada en esmeralda
y, Dios mío, promete a su cabaña
algún calor en el bosque de absintio.
Dale también, Dios mío, los colores
y el papel de la China necesario
para que borroneando en él, Mitzoura,
diseñe los perfiles de tu gloria.
Porque, por fin, cuando todo esté listo,
Dios mío, el padre vivirá en su casa.