Los trenes pasan
a ambos lados de Dios
sin arruinar la muerte
que lima cada paso.
Ausentes de palabra
de leyes, de constelaciones
caminan lentamente
mordiendo las arenas sin pudor.
Se anaranjan
descienden, almas en pena;
después de las campanas
anochecen.
En la reserva
en el gris empedrado
bajo el ocre desteñido de las casas
no se detienen
junto al hambre, pasan.
Van los trenes
rumiando su dolor
marcando el paso
sin que nadie logre comprenderlos.