I
Yo, tú, los árboles perfectamente
juiciosos entre el día y la noche
las calles blancas largas dóciles
desatándonos
llenas de ti, llenas de mí
quitándonos el polvo.
II
Dejé de besar
de silbar al lunajero de tus pies
para que nada
interrumpa, me interrumpa
tu carrera tantas veces proscrita
Equivocadas entre sexta y nona
emigran ocasiones
llevándonos de en medio
lo que más queríamos.
III
No desentrañamos
aquellas vertientes que trajeron la sal
cuando pensabas, cuando pensaba
sembrar sembrar sembrar
eternamente
pasajeros felices, trenes novísimos
caminos, tildes, radios, señales;
dibujos olorosos a jabón, paisajes
sin límites
y la espina en el naranjo de tu piel
doliéndole a la lluvia.