Como no sabes lo que pasa
te parece la noche más oscura
dentro del vaso de cristal
y ya no tienes miedo
a que salgan los sueños a morderte,
que están seguros en su puesto.
Como no sabes lo que pasa
no quieres ver lo que te ronda
sobre el giro del día
y ya no temes ni la flecha,
ni el color, ni la llaga
de la luz que nos pesa.
Y como pues no sabes
ni lo que pasa ni lo que se queda
no te angustia la flor
que allí en su rama temblorosa
lejos de ti, puesto que no la miras,
se está quedando de ti sola.
No sabes lo que pasa
porque de ti no sabe nada nada.
Como no se sabe qué color tiene Dios
-¿será blanco y azul como este libro,
o rojo y púrpura como el ocaso,
o amarillo y rosado de la aurora,
verde tal vez como este mar,
como la cinta, como son las hojas?-
Ay, que Dios sin color se me desliza
y se me queda gris como ceniza.
Ceniza gris, Dios gris me gusta:
gris de pensar lo permanente,
gris de llover, de transitar palabras,
gris de pasar la rueda,
gris de torcer el hilo de las tardes
y de mirar lo que nos queda.
Y como no se saben los colores
que aquí y allí nos dejan en la mano
temblorosos de fines los adioses.
Pero es que ni tú, ni yo, ni aquél,
ni nadie, ni cualquiera
sabemos lo que pasa o lo que queda.