Y de qué vivió, preguntan asombrados:
vivió de vida natural,
vivió de encantamiento, de un fuerte golpe,
de un pulmón que le salió magnífico.
Tenía horas y horas para volar, para bailar,
para morirse de la risa.
Daba cosa mirarlo tan contento
como si no esperara nada.
Tenía unos pies estupendos
con los que se paseó dos o tres veces
a todo lo ancho y lo largo
y le sobrevino la vida de repente
sin que supiéramos por qué,
nada más lo vimos alegrarse y alegrarse,
se infló como un globo de dicha
y apareció ante nuestra vista
de un modo radical, definitivo, eterno.