Poner un pie en la tierra
me llevaría sin duda al fin del mundo;
un pasito tras otro, conectando el alma al alma,
como cuando no podía entrar a la escuela
y me echaba a caminar embelesado.
Me parece sin embargo
que es mía la última hora de esta tarde.
La transparencia de estos aires
me deja ver los montes
que siempre están allí,
celando la posibilidad de un vuelo más extenso.
Cierro un ojo y otro alternativamente
para desconcertar al horizonte.
Fácilmente me perdería en el sueño arreglado de los recuerdos.
Sin pretensiones debo aceptar que así es la vida.
Aquí estoy otra vez con mi corazón merodeante
rondando sobre el mercado de esclavas.
Jamás me bastará la vida,
en una sola vez es imposible armar tanta pedacería.
Necesito largar la pierna,
largar la vena,
mover el músculo del porvenir;
nadie sabe de qué cosa es la vida,
ni el zopilote malhecho que me está esperando
ni la culta mariposa que se queda embarrada en el vidrio parabrisas.
Pero aunque no sé
sé que la vida me ha andado siempre cerca
y que siempre he estado a punto de agarrarle un pie.