El amor del río traía
peces y camalotes sobre el agua profunda,
la resaca de las islas.
La playa se colmaba de silencio y de sombras
y era como si compartiéramos la cena
con los muertos queridos.
Aquella noche una alta fragata
encendió sus jarcias llenas de fanales
en el arrabal del cielo.
Nunca algo tan cercano al hombre y lo divino
como esa nave de luz que se llevaba
también a la otra orilla nuestras almas.