DOMINGO

Domingo, flor de luz, casi increíble
día. Bajas sobre la tierra
como un ángel inútil y dorado.
Besas
a las muchachas
de turbia cabellera,
vistes de azul marino
a los hombres que te aman, y dejas
en las manos del niño
un aro de madera
o una simple esperanza.

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El Cristo de Velázquez

Banderillero desganado.
Las guedejas del sueño cubren tu ojo derecho.
Te quedaste dormido con los brazos alzados,
y un derrote de Dios te ha atravesado el pecho.
Un piadoso pincel lavó con leves
algodones de luz tu carne herida,
y otra vez la apariencia de la vida
a florecer sobre tu piel se atreve.

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EL DERROTADO

Atrás quedaron los escombros:
humeantes pedazos de tu casa,
veranos incendiados, sangre seca
sobre la que se ceba —último buitre—
el viento.

Tú emprendes viaje hacia adelante, hacia
el tiempo bien llamado porvenir.
Porque ninguna tierra
posees,
porque ninguna patria
es ni será jamás la tuya,
porque en ningún país
puede arraigar tu corazón deshabitado.

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EL DÍA SE HA IDO

Ahora andará por otras tierras,
llevando lejos luces y esperanzas,
aventando bandadas de pájaros remotos,
y rumores, y voces, y campanas,
—ruidoso perro que menea la cola
y ladra ante las puertas entornadas.

(Entretanto, la noche, como un gato
sigiloso, entró por la ventana,
vio unos restos de luz pálida y fría, y
se bebió la última taza).

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EN SERIO

¿Qué te dimos en vida?

Te llamábamos
a veces por tu nombre
para decirte lo que nos dolía,
para pedirte cosas,
para quejamos
del frío
—como si fueses responsable del invierno—
para preguntarte, suspicaces,
en dónde habías guardado esto o lo otro.

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EN TI ME QUEDO

De vuelta de una gloria inexistente,
después de haber avanzado un paso hacia ella,
retrocedo a velocidad indecible,
alegre casi como quien dobla la esquina de la
calle donde hay una reyerta,
llorando avergonzado como el adolescente
hijo de viuda sexagenaria y pobre
expulsado de la escuela vespertina en la que era becario.

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ENTREACTO

No acaba aquí la historia.
Esto es sólo
una pequeña pausa para que descansemos.
La tensión es tan grande,
la emoción que desprende la trama es tan
intensa,
que todos,
bailarines y actores, acróbatas
y distinguido público,
agradecemos
la convencional tregua del entreacto,
y comprobamos
alegremente que todo era mentira,
mientras los músicos afinan sus violines.

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EPÍLOGO

Me arrepiento de tanta inútil queja,
de tanta
tentación improcedente.
Son las reglas del juego inapelables
y justifican toda, cualquier pérdida.
Ahora
sólo lo inesperado o lo imposible
podría hacerme ll0rar:

una resurrección, ninguna muerte.

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ESTO NO ES NADA

Si tuviésemos la fuerza suficiente
para apretar como es debido un trozo de madera,
sólo nos quedaría entre las manos
un poco de tierra.
Y si tuviésemos más fuerza todavía
para presionar con toda la dureza
esa tierra, sólo nos quedaría
entre las manos un poco de agua.

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ESTOS POEMAS

Estos poemas los desencadenaste tú,
como se desencadena el viento,
sin saber hacia dónde ni por qué.
Son dones del azar o del destino,
que a veces
la soledad arremolina o barre;
nada más que palabras que se encuentran,
que se atraen y se juntan
irremediablemente,
y hacen un ruido melodioso o triste,
lo mismo que dos cuerpos que se aman.

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FINAL

Entre el amor y la sombra
me debato: último yo.

Prendido de un débil sí,
sobre el abismo de un no,
me debato: último
amor.

Tira de mis pies la sombra.
Sangran mis manos, mis dos
manos asidas al frío
aire: último dolor.

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GEOGRAFÍA HUMANA

Lúbrica polinesia de lunares
en la pulida mar de tu cadera.
Trópico del tabaco y la madera
mecido por las olas de tus mares.

En los helados círculos polares
toda tu superficie reverbera…
Bajo las luces de tu primavera,
a punto de deshielo, los glaciares.

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GLOSAS EN HOMENAJE A J.G.

I

Sí:
la realidad propone siempre sueños,
mas sólo uno entre muchos elige la mirada.

De quien madruga a verla,
y no del sol,
procede
—aunque él no se lo crea—
la luz
que ordena y fija el mundo
en sus formas más bellas:
Damas altas, calandrias…

Vistas así las cosas,
iluminadas por amor tan claro
¿cómo van a negarse?

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HOY

Hoy todo me conduce a su contrario:
el olor de la rosa me entierra en sus raíces,
el despertar me arroja a un sueño diferente,
existo, luego muero.

Todo sucede ahora en un orden estricto:
los alacranes comen en mis manos,
las palomas me muerden las entrañas,
los vientos más helados me encienden las mejillas.

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JARDÍN PÚBLICO CON PIERNAS PARTICULARES

…y las muchachas andan con las piernas desnudas:
¿por qué las utilizan
para andar?
Mentalmente repaso
oficios convincentes
para ellas —las piernas—,
digamos: situaciones
más útiles al hombre
que las mira
despacio,
silbando entre los dientes
una canción recuperada
apenas
—ese oficio no me gusta…—
en el acantilado del olvido.

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J.R.J.

Debajo del poema
—laborioso mecánico—,
apretaba las tuercas a un epíteto.
Luego engrasó un adverbio,
dejó la rima a punto,
afinó el ritmo
y pintó de amarillo el artefacto.
Al fin lo puso en marcha, y funcionaba.

—No lo toques ya más,
se dijo.

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LA LLUVIA

No; la lluvia no te moja:
te resbala.
Tienes la piel de aceite, amada mía.
Ungida con aceite, perfumada.

Todo lo ha traspasado de ternura
la lengua transparente de las aguas.
Un vapor dulce, como el aliento
de un buey, cálidamente exhalan
los árboles.

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LA LUZ A TI DEBIDA

Sé que llegará el día en que ya nunca
volveré a contemplar
tu mirada curiosa y asombrada.
Tan sólo en tus pupilas
compruebo todavía,
sorprendido,
la belleza del mundo
—y allí, en su centro, tú
iluminándolo.

Por eso, ahora,
mientras aún es posible,
mírame mirarte;
mete todo tu asombro
en mi mirada,
déjame verte cuando tú me miras
también a mí,
asombrado
de ver por ti y a ti, asombrosa.

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LAS PALABRAS INÚTILES

Aborrezco este oficio algunas veces:
espía de palabras, busco,
busco
el término huidizo,
la expresión inestable
que signifique, exacta, lo que eres.

Inmóvil en la nada, al margen
de la vida (hundido
en un denso silencio sólo roto
por el batir oscuro de mi sangre),
busco,
busco aquellas palabras
que no existen
—quizá sirvan: delicia de tu cuello…—
que te acosan y mueren sin rozarte,
cuando lo que quisiera
es llegar a tu cuello
con mi boca
—…o acaso: increíble sonrisa que he besado—,
subir hasta tu boca
con mis labios,
sujetar con mis manos tu cabeza
y ver
allá en el fondo de tus ojos,
instantes antes de cerrar los míos,
paz verde y luz dormida,
claras sombras
—tal vez
fuera mejor decir: humo en la tarde,
borrosa música que llueve del otoño,
niebla que cae despacio sobre un valle—
avanzando hacia mí,
girando,
penetrándome
hasta anegar mi pecho y levantar
mi corazón salvado, ileso, en vilo
sobre la leve espuma de la dicha.

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LETRA PARA CANTAR UN DÍA DOMINGO

Y a última hora no quedaba nada:
ni siquiera las hojas de los árboles
—acacias—, ni el viento de la tarde,
ni la alegría, ni la desesperanza.
La caricia que pudo haber rozado
aquella piel, no se produjo porque
aquella piel no era la tuya,
ni los ojos
que me miraban eran
tus ojos, ni el deseo
—que en otro tiempo hubiera sido
suficientetenía
sentido, desviado
del cauce de ti misma.

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LOS SÁBADOS

Elena despertó a las dos y cinco,
abrió despacio las contraventanas
y el sol de invierno hirió sus ojos
enrojecidos. Apoyada
la frente en el cristal,
miró a la calle: niños con bufandas,
perros. Tres curas
paseaban.
En ese mismo instante,
Dora comenzaba
a ponerse las medias.

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ME BASTA ASÍ

Si yo fuese Dios
y tuviese el secreto,
haría un ser exacto a ti;
lo probaría
(a la manera de los panaderos
cuando prueban el pan, es decir:
con la boca),
y si ese sabor fuese
igual al tuyo, o sea
tu mismo olor, y tu manera
de sonreír,
y de guardar silencio,
y de estrechar mi mano estrictamente,
y de besarnos sin hacernos daño
—de esto sí estoy seguro: pongo
tanta atención cuando te beso—;
entonces,

si yo fuese Dios,
podría repetirte y repetirte,
siempre la misma y siempre diferente,
sin cansarme jamás del juego idéntico,
sin desdeñar tampoco la que fuiste
por la que ibas a ser dentro de nada;
ya no sé si me explico, pero quiero
aclarar que si yo fuese
Dios, haría
lo posible por ser Ángel González
para quererte tal como te quiero,
para aguardar con calma
a que te crees tú misma cada día
a que sorprendas todas las mañanas
la luz recién nacida con tu propia
luz, y corras
la cortina impalpable que separa
el sueño de la vida,
resucitándome con tu palabra,
Lázaro alegre,
yo,
mojado todavía
de sombras y pereza,
sorprendido y absorto
en la contemplación de todo aquello
que, en unión de mí mismo,
recuperas y salvas, mueves, dejas
abandonado cuando —luego— callas…
(Escucho tu silencio.

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MENSAJE A LAS ESTATUAS

Vosotras, piedras
violentamente deformadas,
rotas
por el golpe preciso del cincel,
exhibiréis aún durante siglos
el último perfil que os dejaron:
senos inconmovibles a un suspiro,
firmes
piernas que desconocen la fatiga,
músculos
tensos
en su esfuerzo inútil,
cabelleras que el viento
no despeina,
ojos abiertos que la luz rechazan.

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METAPOESÍA

Escribir un poema: marcar la piel del agua.
Suavemente, los signos
se deforman, se agrandan,
expresan lo que quieren
la brisa, el sol, las nubes,
se distienden, se tensan, hasta
que el hombre que los mira—
—adormecido el viento,
la luz alta—
o ve su propio rostro
o —transparencia pura, hondo
fracaso— no ve nada.

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ODA A LA NOCHE

Noche estrellada en aceptable uso,
con pálidos reflejos y opacidad lustrosa,
vieja chistera inútil en los tiempos que corren
como escuálidos galgos sobre el mundo,
definitivamente eres un lujo
que ha pasado de moda.

Tras la fría superficie de las calles de luna,
el alcanfor del sueño conserva en el almario
de la ciudad oscura a los que duermen
y no te verán nunca.

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ODA A LOS NUEVOS BARDOS

Mucho les importa la poesía.
Hablan constantemente de la poesía,
y se prueban metáforas como putas sostenes
ante el oval espejo de las oes pulidas
que la admiración abre en las bocas afines.

Aman la intimidad, sus interioridades
les producen orgasmos repentinos:
entreabren las sedas de su escote,
desatan cintas, desanudan lazos,
y misteriosamente,
con señas enigmáticas que el azar mitifica,
llaman a sus adeptos:
—Mira, mira…

Detrás de las cortinas,
en el lujo en penumbra de los viejos salones
que los brocados doran con resplandor oscuro,
sus adiposidades brillan pálidamente
un instante glorioso.

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ORDEN

Los poetas prudentes,
como las vírgenes —cuando las había—,
no deben separar los ojos
del firmamento.
¡Oh, tú, extranjero osado
que miras a los hombres:
contempla las estrellas!
(El Tiempo, no la Historia).
Evita
la claridad obscena.

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OTRAS VECES

Quisiera estar en otra parte,
mejor en otra piel,
y averiguar si desde allí la vida,
por las ventanas de otros ojos,
se ve así de grotesca algunas tardes.

Me gustaría mucho conocer
el efecto abrasivo del tiempo en otras vísceras,
comprobar si el pasado
impregna los tejidos del mismo zumo acre,
si todos los recuerdos en todas las memorias
desprenden este olor
a fruta madura mustia y a jazmín podrido.

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PALABRA MUERTA, REALIDAD PERDIDA

Mi memoria conserva apenas solo
el eco vacilante de su alta melodía:
lamento de metal, rumor de alambre,
voz de junco, también
latido, vena.
Recuerdo claramente su erre temblorosa,
su estremecida erre suspendida
sobre un abismo de silencio y ámbar,
desprendiéndose casi
de la música oscura que por detrás la asía,
defendiéndose apenas
del cálido misterio que la alzaba en el aire
creando un solo cuerpo de luz y de belleza.

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PARA NADA

Trabajé el aire
se lo entregué al viento:
voló, se deshizo,
se volvió silencio.

Por el ancho mar,
por los altos cielos,
trabajé la nada,
realicé el esfuerzo,
perforé la luz
ahondé el misterio.

Para nada, ahora,
para nada, luego;
humo son mis obras,
cenizas mis hechos.

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A LA QUE INTENTO A VECES APLICARME

Escribir un poema: marcar la piel del agua.
Suavemente, los signos
se deforman, se agrandan,
expresan lo que quieren
la brisa, el sol, las nubes,
se distienden, se tensan, hasta
que el hombre que los mira—
—adormecido el viento,
la luz alta—
o ve su propio rostro
o —transparencia pura, hondo
fracaso— no ve nada.

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PREÁMBULO A UN SILENCIO

Porque se tiene conciencia de la inutilidad de tantas cosas
a veces uno se sienta tranquilamente a la sombra de un árbol —en verano—
y se calla.

(¿Dije tranquilamente?: falso, falso:
uno se sienta inquieto haciendo extraños gestos,
pisoteando las hojas abatidas
por la furia de un otoño sombrío,
destrozando con los dedos el cartón inocente de una caja de fósforos,
mordiendo injustamente las uñas de esos dedos,
escupiendo en los charcos invernales,
golpeando con el puño cerrado la piel rugosa de las casas que permanecen indiferentes al paso de la primavera,
una primavera urbana que asoma con timidez los flecos de sus cabellos verdes allá arriba,
detrás del zinc oscuro de los canalones,
levemente arraigada a la materia efímera de las tejas a punto de ser polvo.)
Eso es cierto, tan cierto
como que tengo un nombre con alas celestiales,
arcangélico nombre que a nada corresponde:
Ángel,
me dicen,
y yo me levanto
disciplinado y recto
con las alas mordidas
—quiero decir: las uñas—
y sonrío y me callo porque, en último extremo,
uno tiene conciencia
de la inutilidad de todas las palabras.

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QUÉDATE QUIETO

Deja para mañana
lo que podrías haber hecho hoy
(y comenzaste ayer sin saber cómo).

Y que mañana sea mañana siempre;

que la pereza deje inacabado
lo destinado a ser perecedero;
que no intervenga el tiempo,
que no tenga materia en que ensañarse.

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ROSA DE ESCÁNDALO

Súbita, inesperada, espesa nieve
ciega el último oro
de los bosques.
Un orden nuevo y frío
sucede a la opulencia del otoño.
Troncos indiferentes.
Silencio dilatado en muertos ecos.
Sólo los cuervos
protestan en voz alta,
descienden a los valles
y —airados e insolentes—
ocupan los jardines
con su negro equipaje de plumas y graznidos.

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SOL YA AUSENTE

Todavía un instante, mientras todo se apaga,
la piedra que recoge lo que el cielo desdeña,
esa mancha de luz
para cuando no quede,
un poco de calor
para cuando la noche…

Todavía un instante, mientras todo se pierde,
la memoria que guarda la belleza de un rostro,
esos ojos lejanos que derraman
su claridad aquí, tan dulce y leve,
este amor obstinado
para cuando el olvido…

Pero el olvido nunca:

un instante final que se transforma en siempre,
la luz sobre la piedra,
la mirada
que dora tenuemente todavía
—después de haber miradola
penumbra de un sueño…

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