A plena luz…
A plena luz. A hurto y sombra
ensayo a escribir tu nombre.
No acierto con las letras.
Vacilo en el aroma. Me iluminas,
su rosa trascendiendo.
¿Cuántas auroras morirán
antes, amor, de que termine,
ya ciego y loco, de escribir tu amante
amor o amor, acaso, amor,
a cambio de tu nombre, amor,
que olvido sin saber si lo recuerdo?
* * * * *
Ama la flor al sol que le recrea…
Ama la flor al sol que le recrea
en claro estilo su perfume; envío
el pájaro en espumas recatado
si por cercano arpegio de la nube
oros culmina sobre el árbol. Pluma,
ceniza, amor. Cenit hacia el oriente
del remirado sándalo encendido,
mas fuego en llama entreverado, amor,
la dulce poma de tu lengua al lápiz
sobre el temblor del cuerpo en donde trazan
un nuevo espasmo para el sol tus senos.
* * * * *
Amorosa trepaste hasta mi pecho…
Amorosa trepaste hasta mi pecho
después de confesarme cómo un niño
tejía ya la vida en tus entrañas.
Allí indolente como en blanda cuna,
con ronca voz de sueño me pedías
el vetusto relato de la viuda.
Sin omitir detalle dije
al nardo de tus oídos,
dispuesto a las delicias de la fábula,
cómo engulle a grácil, la divina,
uno a uno sus ágiles hijuelos,
después de que los tontos
pretenden escapar en vano
de los blancos, redondos huevecillos,
recién cascados con ternura
por su pilosa madrecita.
* * * * *
Intentaré trazar las letras…
Intentaré trazar las letras
que leídas al revés
recojan por lo menos
el testamento de quien muere
porque sí muere.
Lego la saliva
por mi lanzada a hurto en menoscabo
del topo azul del cielo,
al mudo corazón donde eternizo
la caníbal disputa wagneriana
del viejo ruiseñor de Teócrito,
con los novísimos cuplés
ideados por tus muslos
sin cese ni reposo.
Para siempre.
* * * * *
Pasó vistiendo la hermosura sola…
Pasó vistiendo la hermosura sola.
Su clara desnudez del día era.
Al grito intemperante
de los eunucos fariseos,
por toda piedra le arrojé
el ojo sano de mi cara.
¡Por el amor de Dios, paseantes,
no queréis describírmela de nuevo?
Mi amor
Mi amor es pústula
por el unto del odio
apenas encubierta.
* * * * *
Permíteme mugir tu nombre…
Permíteme mugir tu nombre.
No te merece al esplendor
de un sol euclidiano, Marsias.
Mas déjame morir si el alba pone
por fin desvencijado,
el huevo de avestruz
en cuyo centro amor han dicho
que el dado de tu nombre
axial su furia agita
en las herbosas sienes de Pitágoras,
bajo un terrible mil y un cero.
¿Lo ves, amor? -los números rodantes
en manos del fullero Apolo
igual a ti, trabajan en mi contra.