Absoluto amor

Como una limpia mañana de besos morenos
cuando las plumas de la aurora comenzaron
a marcar iniciales en el cielo. Como recta
caída y amanecer perfecto.

Amada inmensa
como un violeta de cobalto puro
y la palabra clara del deseo.

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Aleluya cocodrilos sexuales aleluya

Para ella que me mira morir

El gran río penetró la roca viva
y se adelgazó hasta el miedo y el estruendo
se hizo rayo se hizo ruina se hizo tonto esqueleto
y hoy padece a lo largo de pieles de tigre
a la orilla del cocodrilo que me sueña
y me hunde en el naufragio
de su carne tan blanca
oh carne nacarada en medio
de la arena
como tú
y estas dos medallas de oro que muerdo
dalias de vida y de martirio
y en ellas me retrato y consigo el descenso
al dulce infierno de tu vientre
y de nuevo los dientes
ah malditos
ah maldita tú también
larga bestia ululante despierta lengua
en aquel círculo de asesinos
(Pierde toda esperanza
amor mío)
de almas danzantes albas
cool cool cool cool jazz
¡Bríndamelo por fin
Aleluya Aleluya magnífico Grijalba
muerto de frío de rocas y pañuelos rojos
Piérdete
adelgázate hasta la soledad
de los cocodrilos que agonizan
al pie de mi medio siglo
y de mi alcohol
cohol cohol cohol cohol jazz
marinera manía
de pintar escribir declamar pagar impuestos
luz renta etcétera
y luego abrazarte
bajo el diluvio de sones antillanos y misas lubas
y volver a abrazarte hasta el arte y el hartazgo
y aleluyarte hasta no sé cuando
dormida y abrumada purificada
putificada
¡Aleluya!

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Declaración de amor

Ciudad que llevas dentro
mi corazón, mi pena,
la desgracia verdosa
de los hombres del alba,
mil voces descompuestas
por el frío y el hambre.

Ciudad que lloras, mía,
maternal, dolorosa,
bella como camelia
y triste como lágrima,
mírame con tus ojos
de tezontle y granito,
caminar por tus calles
como sombra o neblina.

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Elegía

Ahora te soñé, así como eras: sin deslices en la voz,
con inmóviles sombras en los brazos
y tus genitales segundos de estatua.
Así como eres todavía: copiándote a ti misma,
cuando no eres ya sino la espuma de tu propia vida.

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Eres, amor, el brazo con heridas

Eres, amor, el brazo con heridas
y la pisada en falso sobre un cielo.
Eres el que se duerme, solitario,
en el pequeño bosque de mi pecho.
Eres, amor, la flor del falso nombre.

Eres el viejo llanto y la tristeza,
la soledad y el río de la virtud,
el brutal aletazo del insomnio
y el sacrificio de una noche ciega.

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Esa sonrisa

Si de un vuelo la esencia iluminase
esta celda que a tientas desconozco,
si de un frágil destello, de una brisa
juvenil o poema, en breves pétalos,
descendiese tu vida; si a mi vida

una virtud le diera buena suerte,
expresaría el poema, la bondad
de tu sereno gesto al apoyarse
tus alas, tu sonrisa y tu belleza
en el clavel de fiebre de mi alma.

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Éste es un amor que tuvo su origen

Éste es un amor que tuvo su origen
y en un principio no era sino un poco de miedo
y una ternura que no quería nacer y hacerse fruto.

Un amor bien nacido de ese mar de sus ojos,
un amor que tiene a su voz como ángel y bandera,
un amor que huele a aire y a nardos y a cuerpo húmedo,
un amor que no tiene remedio, ni salvación
ni vida, ni muerte, ni siquiera una pequeña agonía.

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El amor

El amor viene lento como la tierra negra,
como luz de doncella, como el aire del trigo.
Se parece a la lluvia lavando viejos árboles,
resucitando pájaros. Es blanquísimo y limpio,
larguísimo y sereno: veinte sonrisas claras,
un chorro de granizo o fría seda educada.

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Estuario

Opresora. Todo lo aprisionas
con tu lengua y pasos de giganta,
¡oh! desconocida ¡oh! luminosa
hija de Arpios hecha de jade y miel.
Cárcel doy a tu pálida
presencia, gacela ojos de tigre,
cárcel me doy de amor,
mordedura, paciente fuego, ala
y marea, faro en la mar abierta.

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La amante

Y, desdichada, hallarte vibrante de violetas,
celeste, submarina, subterránea,
ahijada de las nubes,
sobrina del oleaje,
madre de minerales
y vegetales de oro,
universal, florida,
jugosa como caña
y ligera de brisas
y cánticos de seda.

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La estrella

Labios como el sabor del viento en el invierno,
dientes jóvenes de luna consentida en la llama
del abrazo.
Se endurecía la noche en tu garganta.
Espacio duro de tus senos. Amarilla y quemada,
la inesperada sombra de tus piernas en la alas
de los pájaros
cuando tus dedos en un juego de látigos
hendían prisas de frío.

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La muchacha ebria

Este lánguido caer en brazos de una desconocida,
esta brutal tarea de pisotear mariposas y sombras y cadáveres;
este pensarse árbol, botella o chorro de alcohol,
huella de pie dormido, navaja verde o negra;
este instante durísimo en que una muchacha grita,
gesticula y sueña por una virtud que nunca fue la suya.

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La paloma y el sueño

Tú no veías el árbol, ni la nube ni el aire.
Ya tus ojos la tierra se los había bebido
y en tu boca de seda sólo un poco de gracia
fugitiva de rosas, y un lejano suspiro.

No veías ni mi boca que se moría de pena
ni tocabas mis manos huecas, deshabitadas.

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Línea del alba

III

Tienes la frente al alba:
ella cuenta los poros de tu cuerpo,
en las laderas del sueño,
con los hombros quemados.

En el alba se vierte la costumbre del alma,
se agita el pulso del deseo
como si fuera un ciervo
duramente alanceado
con agujas de bronce
o pestañas de vírgenes.

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La rosa primitiva

Escribo bajo el ala del ángel más perverso:
la sombra de la lluvia y el sonreír de cobre de la niebla
me conducen, oh estatuas, hacia un aire maduro,
hacia donde se encierra la gran severidad de la belleza.
Escribo las palabras y el penetrante nombre del poema,
y no encuentro razón, flor que no sea
la rosa primitiva de la ciudad que habito.

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Las voces prohibidas

Más despacio que nunca, casi agónicas,
marchan y duelen estas voces o estrellas.

Húmedos pies descalzos, breves pieles,
dulce origen, impío desorden. Voces
que purifican lo que tocan. Voces
todo milagro. Suaves voces de amor.

Voces para decir amor toda la vida
y todo el santo día y a la lenta distancia
de una noche de sueño, amor y voces.

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Los ruidos del alba

I

Te repito que descubrí el silencio
aquella lenta tarde de tu nombre mordido,
carbonizado y vivo
en la gran llama de oro de tus diecinueve años.

Mi amor se desligó de las auroras
para entregarse todo a su murmullo,
a tu cristal murmullo de madera blanca incendiada.

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Meditación de la rosa

Supón, mi amor, que trazamos la hora con una rosa
y que el agua es la medida de todas las rosas.
Piensa, azucena, en un becqueriano batir de alas
presente a nuestro paso, inmerso en nuestro tiempo.
Siempre hay alguien desnudo en lo que va del cielo
a esta tierra de duros y salobres pensamientos.

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Órdenes de amor

¡Ten piedad de nuestro amor
y cuídalo, oh vida!
Carlos Pellicer

1
Amor mío, embellécete.
Perfecto, bajo el cielo, lámpara
de mil sueños, ilumíname.
Amor. Orquídea de mil nubes,
desnúdate, vuelve a tu origen,
agua de mis vigilias,
lluvia mía, amor mío.

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Pausa

Entre lirios azules y aristas de recuerdos
envueltos en pañuelo de seda,
todo lo que es mi vida. Deshecha
en una raya de la noche,
en ese vidrio que sangra en la ventana,
sobre tus hombros.
Entre la luz y el cadáver de una hora,
mi vida.

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Primer canto de abandono

1
Si mi voz fuese nube, ira o silencio
crecido con el llanto y el amor;
si fuese luz, o solamente ave
con las alas cargadas de tristeza;
si el silencio viniese, si la muerte…

¿Adónde ir con ella, iluminada
con fuego de gemidos y caricias
y gérmenes de mustias esperanzas?

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Ternura

Lo que más breve sea:
la paloma, la flor,
la luna en las pupilas;
lo que tenga la nota más süave:
el ala con la rosa,
los ojos de la estrella;
lo tierno, lo sencillo,
lo que al mirarse tiembla,
lo que se toca y salva
como salvan los ángeles,
como salva el verano
a las almas impuras;
lo que nos da ventura e igualdad
y hace que nuestra vida
tenga el mismo sabor
del cielo y la montaña.

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Un cuaderno de dibujo de Nunik Sauret

Lo fugaz ha transcurrido como un día lamidísimo. La
orquídea padeció dulcemente lo suyo, bajo una hoguera
constante y el breve, nervioso incendio de un clavel que no
reventó a tiempo. Se ha cumplido una misión. Una doble
misión, y los labios vuelven a su lugar de origen y la espada
del extraño ojo se dispone al oleaje fmal.

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ESA SANGRE

No la veo, no me baña su doloroso color,
ni la oigo correr sobre las piedras,
ni mis manos la tocan,
ni mis cabellos se oscurecen,
ni siquiera mis huesos se ponen amarillos,
ni aún mi saliva es verde, amarga y pálida.

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EUNICE

Día y noche, pero
Más noche que día,
Eunice dialoga y riñe
Con los altos mastines.
De arriba abajo,
De abajo arriba.

A una hora cierta
Triunfa green eyes Eunice.
Los hocicos se cierran.
Eunice duerme.

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