Si lo que dijo Kafka fuera cierto
-que algunos han logrado sobrevivir el canto de las sirenas
pero que nadie ha sobrevivido a su silencio-
entonces debo estar agradecida a las deidades que nos rigen.
Pues a pesar de haber abandonado tierra firme
de haber zafado las cuerdas del almacigo en el puerto
para lanzarme en pos de los clamores de sus voces
(remolinos ubicuos que ensordecen en la noche
y no parecen brotar de sus gargantas)
a pesar
de haber perseguido los blancos brazos espectrales
de Loreleis desmelenadas en lo alto de las rocas
entre marinos vendavales
a pesar
de haber flotado a la deriva en la negrura del océano
haber visto apagarse el resplandor del coro
y como cesaba el aleteo de sus manos.
He sobrevivido al canto de tu amor.
Y quizás (como afirmara Kafka)
no habría sobrevivido
al silencio del cielo
al del mar sin magias y sin aves
sin destino.