Hay cuartos que sostienen en medio de sus ruidos
la raíz de un silencio tan profundo
que los relojes enmudecen
y hasta los calendarios son capaces
de perder el conteo de los días,
vaciando entre su páginas
los símbolos que definen facetas a la luna
y a los espacios de la voz o las manos,
haciendo de la respiración otro instrumento
donde eliminar sonidos a la garganta
robando al plexo solar
su maravilla, su pasión de vida.
Hay momentos donde las coordinadas
del cerebro pierden latitudes y longitudes
y pierden estructuras de olores,
cadencias que despiertan y transforman
los códigos que avisan al corazón
sus aceleramientos de humedades
en cada golpe donde lo izquierdo de la sien
construye su arrebato de presencias.
Hay instantes que no tienen memorias,
instantes devorándole a la boca
el gesto que vistiera una saliva
al resbalar despacio la clavícula de lo letal
eso que ha sabido deletrearle al deseo
su filo de expansión a consecuencias
de espliegos y premuras.
Hay instantes que simplemente
nos descartan los ojos y las vísceras.