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No pienso el poema.
Dejo abiertas las branquias de la pleura
para la embestida del siroco.
Un tifón asalta
la cisterna
del oxígeno que reciclo,
azota las ventanas olfativas
denostando la cordura del instante.
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No pienso el poema.
Dejo abiertas las branquias de la pleura
para la embestida del siroco.
Un tifón asalta
la cisterna
del oxígeno que reciclo,
azota las ventanas olfativas
denostando la cordura del instante.
Agosto es un mes cruel. Nos abomina
con tórridos calores, con tifones
saturados de polvo callejero
que el frente tropical ha removido.
La humedad cava túneles secretos
bajo la confidencia de la blusa,
disgrega su hormiguero de sudor
en hilos presurosos.
Los perros son esfinges
de cemento opaco,
figuras congeladas
por el silencio raso.
Todo calla en el barrio
milagrosamente
como un hechizo exprés
decreto del azar.
Porque como nunca
la quietud es tan oblonga
a punto de abarcar
cosas y seres vivos:
entes presurizados
con la mano del hombre,
ramas agitadas
por el viento del mes.
El grifo mal cerrado es un ejemplo
de vigilia sin fisura.
Certifica el tambor del fregadero
con puntualidad repetitiva.
Ya no reloj de arena: clepsidra;
estalactita derritiéndose, gotera,
abrasión por la que huye
el espíritu del hielo.
En la pelvis de la noche
reposa el poema.
La oscuridad es un cuerpo
restirado,
un cataplasma de tequila
donde bebo
los componentes de la euforia
detonante.
Levanto a nivel de la pupila
el trompo de la alucinación,
octaedro de imágenes ficticias
contoneándose sobre la barra.
No hay pájaro que ronde a estas alturas
por la anchura del cielo despejado;
la bóvedad es azul, mediterránea,
pero de sumo ardiente, intransitable.
Fustiga la hora nona el parabrisas
con la acupuntura de los rayos;
imaginad entonces la intemperie
que abrasa los perímetros del éter:
nadie sale de casa en los contornos
ni se desplaza a pie por las aceras
como si bajo el signo de noviembre.
El silencio es el arte
de la quietud extrema,
el voto de autosuficiencia
que procura el vigilante
de una noche sin sueño.
Alguien duerme a mi lado
desde hace media hora,
alguien cuya respiración
es un eco ilimitado
en el brocal de mi cuerpo.
a Juan Pablo (1991-1994)
Pastor de las aguas: la eternidad deshiela muelles sobre tus párpados de obsidiana latente, hoteles en domos para sondear motocicletas. La eternidad no tiene horas, ni forrajes de oxígeno que cubran tu silencio rebosante de loas, ni el sol de California que asocias calladamente con un secreto botánico de tu propio mérito.
Se abre el telón del sueño
y calla el día;
o bien, recoge al menos
su cauda de estrépito motor.
El portento de la luz desaparece
y aparece en la ventana
un redil de opacidad
preludiando teatro negro.
La soledad es una cápsula
centrada en la palestra de la tarde,
bóveda empotrada en la meseta
que es el altiplano del hastío.
Nadie se encuentra en casa, por ende
no hay voz que cisme el tedio
como un cubo de hielo.
…que todo lo concibe sin crearlo.
MUERTE SIN FIN
Dios es glaciar
y estepa:
sabana de incandescencia,
plancha del mundo.
Eclipsado por la nada
huelga el pensamiento
vuelto agora
siberia de sal,
raso cristálico;
o, dicho de otro modo,
fulge dorado por la ausencia
de resoluciones.