Sé que por fin has vuelto a la ciudad
en un suntuoso coche de gran lujo…
La gente pensó en mí. Yo la maldigo.
El coche se detuvo ante tu casa,
pero tú no bajaste, no. Vino alguien
a buscarme, mas yo no quise verte.
Sé que por fin has vuelto a la ciudad
en un suntuoso coche de gran lujo…
La gente pensó en mí. Yo la maldigo.
El coche se detuvo ante tu casa,
pero tú no bajaste, no. Vino alguien
a buscarme, mas yo no quise verte.
Podemos elegir entre estar juntos
y hacernos mutuamente desgraciados.
O separarnos ahora y ser también
cada uno por su lado desgraciados.
Para lucirla por la calle, hermosa.
Y para convivir, la razonable
belleza que Lucrecio aconsejaba.
Pero para la cama más bien fea.
La hermosa y casi hermosa se te tienden
en el lecho y esperan muy seguras
el rápido homenaje que merecen.
Ella me dio el cuchillo y dijo: «Clávalo
en el segundo espacio intercostal».
«¿Cuál es?», le pregunté. Se abrió la blusa
y señaló, risueña, un punto: «Aquí».
Algo debía de haber en aquel viaje
que lo hizo diferente.
Mi placer te creó. Cuando naciste
te destiné ya un hombre. El apropiado
para que él y tú fuerais muy felices.
Modelé tu figura como un barro
precioso, tiernamente, con esmero.
Y forjé tus costumbres con cuidado
artesanal, aislándote del medio.
He estado en muchos sitios. Todos ellos
guardaban algo malo para mí,
como guarda la nube su relámpago.
Pasé por las ciudades. Por los pueblos.
Por casas que crecían junto al trigo.
Ninguna voz sin daño me detuvo.
Así me acostumbré a caminar solo
y odiar a los que encuentro en torno mío.
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Y de pronto una voz, mirada, un gesto
tropieza con mi idea de mí mismo
y veo aparecer en el espejo
a un ser inesperado, insospechado,
que me mira con ojos que son míos.
Ese desconocido que soy yo.
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Y ha de ser cada día más difícil.
Ya no se acercará a mí desde el alba.
Su tierna adolescencia detendrían
letreros de «Prohibido», «No», «Ya es tarde».
¿De dónde llegará? Si en su figura
deslumbra el mediodía, otros amores
habrán puesto en su oído usados sueños.
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Es falso el entusiasmo de las voces
y todos lo sabemos. Mas se charla
para evitar preguntas que en las sombras
aguardan con temor que se las llame.
Y se beben cervezas cual si fuera
a batirse algún record para el Guiness
Nadie pregunta nada.
23
Me detengo a fijarme en otros cuerpos.
Gordos, delgados, altos, grandes, bajos.
Cuerpos pequeños, ínfimos, enormes,
huesudos, desgarbados y contrahechos.
Vigilo cuando allegan a mi lado
por si entre ellos surgiera, de improviso,
el cuerpo que tenía, ansiosamente
buscándome, él también, entre el tumulto.
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Me paro ante una iglesia altiva, estática,
emboscada en la noche, como un monstruo
enorme dormitando a la intemperie.
Un día ella fue centro jubiloso
de una palabra mágica, increíble.
Una palabra sola, inmensa, grande.
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Si me dieran más tiempo con mi cuerpo,
con el otro, el antiguo, el que era mío,
iría apresurado a recoger
todo aquello que me correspondía.
Lo que debía ser mío estos años
en que el lino elabora su blancura
y el hombre se elabora de sus sueños.
7
Es la angustia, la angustia de existir.
La angustia de pensar todos, cada uno,
que en torno hay enemigos sólo y fuera
del alcance de nuestras manos todo.
Es una muda angustia la que fluye
inagotable sobre las aceras.
No vendrá. De verdad. No vendrá nunca.
Mi cuarto es muy modesto para el éxito.
Ni hallaría la casa tan siquiera.
Mi cuarto es muy austero para amigos.
Nadie viene a reunirse entre estos muros.
Mi cuarto es también frío y muy pequeño.
Todos tienen derecho a usarla. Todos.
La lluvia no mojó sólo una calle
ni el sol nunca salió para uno solo.
La mujer es para eso, paraíso,
para uso de los hombres. Campo abierto.
Es fácil de entender. Es bien común.
Hoy me ha dicho mi madre: «Ya he tenido
en mis brazos los hijos de mis hijas.
Quizás un día alcance a ver los tuyos».
Yo no la he contestado. No acostumbro
a hacerlo. Rara vez. Sigo comiendo
mientras leo un periódico cualquiera.
Yo quiero que tú sufras lo que sufro:
aprenderé a rezar para lograrlo.
Yo quiero que te sientas tan inútil
como un vaso sin whisky entre las manos;
que sientas en el pecho el corazón
como si fuera el de otro y te doliese.
Esta es la mujer mía. Pueden verla,
no tengan pena, de perfil, de frente.
Pueden acariciarla con los ojos.
Está desnuda bajo su vestido.
Es hermosa, ¿verdad? Todos lo dicen.
Ella también lo sabe. Es muy hermosa.
Mírenla de perfil, de frente.
Yo sé que a ti te gusta aunque lo niegues.
Lo sabemos los dos. Tú te complaces
sumisa obedeciendo mi deseo.
Aparentas desgana, mas te agrada.
Quiere ser dominada la mujer.
Le gusta ser forzada. Opone siempre,
aun débil, resistencia a ser amada.
Dicen que arrodillarse es humillante.
Que es esta posición la del vencido,
del sumiso, del vil, del que renuncia
a la última esperanza de salvarse.
Que estar arrodillado en una calle,
en un templo o salón, afrenta incluso
a aquel que lo contempla y no lo impide.
Ama a quien quieras con el corazón,
pero ámame, a mí solo, con tu cuerpo.
Nadie ama solamente un corazón:
un corazón no sirve sin un cuerpo.
Debiera liberarse la mujer
de la opresión en que la tiene el hombre.
Bien es verdad que algunas son verdugos
que sin piedad castigan a sus machos.
Mas, por lo general, es la oprimida.
No cuenta como igual individualmente.
No me vengan con cuentos. Que la vida
es algo espiritual y, por lo tanto,
superiores los bienes del espíritu.
Que el ser útil, cuidar a los enfermos,
el teatro, la pintura, libros, música,
los deportes, el cine, el gran dinero…
al ánimo lo colman las delicias.
Tener hijos es cosa de mediocres,
ineptos sensualmente, analfabetos
sexuales o de gente irresponsable.
O es un pobre y mezquino agarradero
para dejar constancia de su paso
por el tiempo de la vida. A través de otros.
La adopción de este medio deshonesto
delata su estulticia y su ignorancia.
El mundo nos resulta ajeno, inhóspito.
Debiera ser destruido por completo.
Construir un mundo nuevo sin sus ruinas.
Y estrenar una vida diferente.
Pero al pasar el tiempo el nuevo mundo
tampoco hallarán propio nuevos hombres..
También ellos querrán un mundo nuevo.
Hacemos el amor de una manera
imperfecta, mezquina y temerosa.
Nunca profundizamos. Nos quedamos
en la simple epidermis del instinto.
Y el placer obtenido se nos mezcla
con una sensación de desagrado.
Porque ponemos bridas al amor.
Puede hacerlo cualquiera. Comprobado.
Si en ti hay la aberración, rara e inútil,
de querer ser un nombre que trascienda,
no estudies ni te esfuerces. Simplemente
aprende a manejar una pistola.
Y piensa en esas rémoras que viajan,
sin billete, montadas en ballenas.
No sé qué es lo que ocurre. Los mayores
como a un igual me tratan y los jóvenes
me miran desconfiados, como si algo
les hiciera de golpe distanciarse.
Me siento como el viento al penetrar
en alguna mansión desconocida.
Yo le tenía miedo. No sabía
que un delgado cuchillo entra en la carne
sin despertar la piel. Como entra el frío.
Como una piedra agujerea el agua.
Pensaba que su grito subiría,
como una lagartija, por mi brazo,
haciendo que soltara mi cuchillo.
No reparaste en mí, sino en los otros
cuando nos conocimos. Me miraste
fríamente, indiferente y enseguida
conversaste animada con los otros.
Las casas no conocen la piqueta
que roerá sus cimientos algún día.
Ni conoce la lluvia el sitio exacto
en que caerá, agarrada a su alta nube.
Un hombre muerto es nada. Sólo un bulto
pequeño, ahí tirado sobre el suelo.
Su incómoda postura en la calzada,
molesta de aquel peso tan inmóvil,
más bien causa aversión que no respeto.
No hay grandeza en la muerte de esos hombres
que mueren, o los matan, en la calle.
Al verme se apartó de sus amigas
y rodeando mi cuello con sus brazos
les dijo alegremente: -«Quiero a este hombre».
Los demás me miraron con envidia.
Es muy linda en verdad y entró en mi cuarto.
Llegué tarde al trabajo al otro día.
El amor es un juego apasionante
y el mejor sustituto del amor.
De aquel amor inmenso, el amor único,
que uno halla varias veces por el tiempo.
El recíproco amor es lo más bello.
Lo sabemos los dos. Pero es muy grande
el vacío que se abre entre el amor
que se ha ido y el amor que aún no ha llegado.
Para hablar no te quiero. Tengo amigos
para tratar de cosas que me inquietan
y ahondar en las ideas que me importan.
Y no nos condiciona nunca el sexo.
Nos lo pasamos bien. Y «Adiós». Y «Hasta otra».
Contigo es diferente.
Es un hermoso cuerpo ese que viene
hacia mí. Se detiene. Y me sonríe.
Qué bella esa sonrisa roja y húmeda
que se abre, como un sexo a mí ofrecido,
para preguntar algo que no entiendo.
Miro sus ojos claros.
Estoy muy satisfecho de mí mismo.
Yo era un ser seco, huraño y solitario
que envidiaba a los otros su alegría.
Pero rectifiqué. Me costó mucho
adquirir compañía y cara alegre.
Y así he gustado aquellos dulces bienes
que envidiaba a los otros: amistad,
mujer, hijos y el éxito en los negocios.
Dirígete al Oeste, hasta que el Este
sea el Oeste también, fin y principio
Y entonces ve hacia el Norte, hasta que el Sur
sea el Norte también, fin y principio.
En su confluencia exacta tal vez halles
qué significa el fin y qué el principio.
Mi casa necesita una mujer
que llene de canciones sus paredes
y complete mi cama por la noche.
Un cuerpo que discurra en torno mío.
Una voz que responda si digo algo.
Yo no tengo el dinero de los otros;
no sé tampoco hablar como los otros,
ni tengo la apostura de los otros.
Tú mi protagonista, mi heroína.
Me impacta tu caricia en mis sentidos
y me siento feliz contigo, a solas.
Toda tú, mía. Yo en ti realizándome.
Mas me dejas y sufro con tu ausencia.
Y desespero. Y vivo mil infiernos
hasta hallarte otra vez, en una esquina
o en el sórdido ambiente de algún antro.
Contemplo como salen del local
parejas enlazadas de las manos.
Cuánta mujer hermosa en todas partes.
El vestíbulo exhibe con orgullo
su muestrario de chicas estupendas.
Un amigo a mi lado me saluda.
Me comenta: «Qué film más aburrido.
Tu cuerpo que deseo y que rechazo
mi voluntad domina. Como el vino
mi mente turba, excita y reconforta.
Después, saciado, siento oscuramente
vergüenza del placer así logrado.
Mas al cabo de un tiempo, tu apetencia
resurge en mí acuciante y desespero
y te busco si no te hallo cercana.
La esperé mucho tiempo. No sé cuánto.
No conté el sol, ni el viento, ni la nieve.
No contaba los días. Eran largos.
Supe que volvería. Y la esperé
para echarla de casa como a un perro.
Ahora la olvida todo.
No quiso comprender que había acabado.
Se cansa hasta la rosa de ser rosa.
Se cansa la botella de su vino.
Esperaba en la calle cada noche
que saliese al balcón y la llamase.
Entonces traje a casa otra mujer.
¿Por qué sigo empeñado en encontrar
la mujer que imagina uno en su mente?
Y, además, ¿es que existe esa mujer?
Muchos ya descubrieron al principio
que esa mujer no existe. Al darse cuenta
buscaron al azar una cercana.
Las mujeres que quiero van con otros.
Cuando pasan prendidas de otros brazos
miro a la que se apoya en mí y compruebo
que yo me he equivocado de mujer.
La gracia enrojecida de una risa,
el rumor tembloroso de un silencio,
la mirada furtiva que nos dice
que está la dicha allí, en aquellos ojos…
Esas cosas descubro sólo en otras.
La pareja perfecta es uno solo
haciéndose el amor. Ninguna chica
conoce el cuerpo mío cual yo mismo
y, por tanto, es más sabia mi destreza.
Qué suave recorrido placentero
por las zonas sensibles de mi físico.
Qué mano que no es mía ni es ajena
sino que es tacto, roce, soplo angélico.