Esta sin arrogancia
no ha reclamado nunca mi soledad vencida.
Ni esa que extraviada en los jardines puede olvidar el
sitio de cada mano,
ni la que demorándose en alcoholes
puede decir el sitio de cada beso.
Ni tan siquiera aquella que en su boca
es culpable no ya de lo que dice
sino de cuanto pasa en el lenguaje.
Poemas de Juan Carlos Suñén
Fuera de ti la tierra no es distinta,
ni es distinta la copa,
pero bajo esta carpa nadie contrata al huésped, y ningún
hombre llega hasta su muerto
antes de estar vivido.
Y allí rendiré cuentas
a la que está diciendo en lo lejano
de mí, a la adelantada
de mí, lejos del duelo
y lejos de la altura
de las aves que no pasan errantes.)
Hasta el sólido banco de la paciencia los días
pasarán sus arrojos, y sus acatos las noches.
Sobre el último ay caerá el escombro del tiempo
y aún bailarás descalza entre mis huesos pelados.
La que cuenta mi dote no me anda buscando, pero
junta las cáscaras de mi alma; y ello a pesar de muertos
de fortuna, de mujeres de celda.
Cuando junte sus voces en la mía,
cuando ponga en mis labios la palabra que espero,
yo ofreceré a su sed copas iguales.
Le pido al ángel que te traiga aquí a rastras.
Quemo esa vela virgen.
La noche flota fuera
floja como un enfermo.
Las chicharras alisan el reposo, parece
como si hubiera esperanza.
Salgo aunque no sé adonde.
Mamá persigue, es el juego.
Al final del corredor la pared nos detiene.
Se adelanta el instante desde lo asegurado:
llega el abrazo, mimoso.
La mano izquierda sobre su pecho firme, pequeño
bajo un pañuelo de pico.
Su cuello huele a árbol de té.
A veces pienso que podría arrancarme
esa marca de cuajo, echar la hueca
palabra al ascua de otra rancia escritura:
Paso junto a la piedra, como ese pájaro chino
que sólo entiende su mundo. En otro sueño
vienes a mí tocada únicamente
por una mano de loca.
Uno se queda solo
sin entrar en detalles.
Uno se queda a medias en su vaso de vino,
a medias en su pan. Y cómo puede
no volverse su embozo tan pesado,
tan gastado en el hombre, que alguien sepa
poner allí más verbo
que este que da comienzo a la altura del pomo,
este que se interroga
entre la voluntad y la añoranza.
¿Y ahora me preguntas si he hecho cosa alguna del tamaño
de la felicidad o del tamaño de la tristeza?
¿Ahora vuelves hermosa y saludable, decidida a la barra de
mi insatisfacción, para lucir la insignia de un licor deseado?
¿Te he conocido en tantas
para ir a perderte precisamente en ti?
Y quien se rinde al sueño
de luchar contra un ángel
¿cómo verá a los otros?,
¿con qué desenvoltura irá pagado
y andará descubierto entre los hombres
sin verdugo posible
ni horizonte bastante? ¿Y cómo luego
dormirá entre su amante y su tarea,
para volver mañana
a la soberbia de su acabamiento,
si en nadie se conoce,
si desconfía de su vaso claro
y se avergüenza de su sed oscura?