Las cosas en su vacío de María Eugenia Caseiro

El haber sido,
la duda al menos;
pizca, señal, asomo, idea…
la muerte que tuvo sus rasgos de vida
la pisada que no ha dejado huellas,
aún la palabra que nunca se dijo
o la humedad de cuando
en una misma ansia de dejarse acompañar
la oscuridad y el tiempo se colmaron
franqueando el perfil de la luz que no había muerto,
es este siempre dispuesto silencio.

¿Quién guarda otra palabra
otra piedra
si ya no son la piedra o la palabra que se quiere guardar?
o respetar en el oído
en la memoria:
esa rebelde inconciencia que cita las respiraciones
y las coloca debajo de sus nombres propios
en la indecible ilación de tantos sueños.

¿Quién ordena
los sudores, los pasos, los jadeos…
en sus cajones adecuados?

Las cosas en su vacío
guardan rotunda severidad o la indiferencia,
pero nadie quiere un recuerdo vacío
como nadie quiere una memoria de la niebla
o del hambre
porque la niebla y el hambre, incluso la sed
cruzan con su guante blanco
el rostro de quienes las nombran.

Si por ejemplo,
canto el timbre o el grito
canto la voz
canto la palabra en su mudez,
el recuerdo intenta,
intensa la intención valiente;
luego tal vez se desvanece
sin haber rozado apenas el órgano de Corti
aunque no ha muerto para siempre,
entonces calla
y tardará mucho tiempo en encontrar de nuevo
una chispa de fuego.

Mientras tanto
sigue siendo la palabra desoída,
respetando solamente, un pequeño espacio de la sombra
en el sueño indiferente, en la respiración acompasada;
sin calidad, pero sin miedo…
Una fruta que seguramente vendrá en su momento
a poner aroma y color en el mantel de la fiesta,
un ligero calor de madrugada
justamente al borde de la lumbre sin ser vista
sobre el pie derecho,
despuntando siempre en el diamante de cada silencio
conservado apenas debajo de la lengua.