Alunizaje

Lúcido en la tiniebla de un momento
de ser -ya sido- en inicial viraje,
arranca de raíz mi pensamiento
-tan joven como antiguo en su linaje-.

Ráfaga a grupas de un saber, aliento
-del polvo hostil es rescatado viaje-,
emite luz, muy cerca a lo que siento
del más nocturno azul de alunizaje.

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Arbol del Bálsamo

A ti vuelvo y en ti buscando aliento;
-Isla del sol- o de mí noche de estrellas,
si heridas me restañas y alma sellas
es techo y heredad, tu sentimiento.

Un átomo de amor en las centellas,
o la virtud más dulce, yo presiento:
diosecillo de luz, mi pensamiento
en ti árbol grabó, sus tiernas huellas.

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De olvido (II)

Tu imagen enlutada y pasajera
roza el leve sentir de una amargura…;
y aunque en ella yo viva prisionera,
mi vida es un no-star en la ternura:

-afán que nunca llega hasta su vera-
si un ir inmotivado en mi presura,
me diluye, me escapa a la atadura
del tiempo, en ceguedad de lo que fuera:

-tal vez- sólo el mirar de la dulzura;
el más leve matiz en primavera:
la luz, la flor, la imagen que perdura;

desde mi hondón mi ser te configura,
-cerca o distante- el alma es heredera,
de ese súbito albor, de noche oscura…

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La mariposa

En el jardín de plenilunio lleno
su tríptico de pétalos se posa,
con la fijeza de una mariposa
que congelara en flor su desenfreno.

Tiene en su cáliz de candor un pleno
aire más fino que nevada rosa,
y del perfume, doncellez premiosa,
la suave gala de blancor sereno.

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La noche

Criatura entre otros ‘egos’ desligada,
la noche, en concreción de lo inconcreto
-al no ser la materia resignada-
cuelga de un mundo en su dolor concreto…

Desnace tras la luz, finge el secreto
de verse en el vacío, cuando nada
-si no la levedad del esqueleto-
la equilibra dejándola creada…

Lo infinitesimal que la descifra,
centra -con voz armonica la cifra,
que a su esférica forma la resuelva…

Y en lo posible, o imposible, vaga
-con sus ojos sin luz- yendo a la zaga
de la inviolable lumbre que: ¡la envuelve…!

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Ocaso

La luz en pie de Ocaso compagina
al del Oro sangrante de la rosa;
y suma cardinal y milagrosa
al viraje del sol en la colina.

La fuga de las cosas se adivina:
diríase una escala luminosa,
por donde asciende el aria jubilosa
que al corazón de la floresta afina…

Más la tregua de un día pajarero
– en nidales de celo y alborozo-,
elige permanencia en el alero…

Y un éxtasis de dicha se presiente
-al expirar un ágave gozoso-,
¡tal un místico albor, en el poniente!

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