Por delicadeza,
permití que los pájaros helados
calentaran sus picos en mi lumbre,
horadaran los leños de la noche
e hirieran con sus cantos mi silencio.
Ellos mancharon con sus plumas
mis sábanas
y picoteando sobre la pureza
me volvieron ceniza,
por delicadeza.
Poemas de Marilyn Bobes
Nos conocíamos bien
pero nos perdonábamos.
Tú decías amar mi pelo largo
y esta costumbre de leerte versos
que por entonces creía memorables.
Luego fui demasiado complicada.
Teorizaba mucho
y no aprendía a cocinar.
En una palabra:
te faltaba el cariño necesario.
Ah los amores
cobardes
Son
como las canciones finlandesas:
deben tener su encanto.
Amables
instruidos
a veces hasta conversan.
Reciben los miércoles
de 7 a 10
y descansan
los fines de semana.
Guardianes de la cordura
piensan que hacen el bien
y son inteligentes
porque son incapaces.
Cuando tú eras magnífico
cientos de naves venían a estrellarse
en los desfiladeros de mi sombra.
Yo miraba en tus sueños
con la inquietud del náufrago
y jugaba a nombrarte monarca de las islas
mensajero del aire.
Cuando tú eras espléndido
mi cuerpo el cantil que frecuentabas
y yo una especie perseguida en vano
escuchaba en el viento encantadoras
músicas
levantaba mareas
y subía por la furia homicida de tus olas.
No se puede matar a una muchacha
y acomodarse luego en los abismos de la vida ordenada
para vivir impune frente al vértigo de su último aroma,
de una cita larga, obstinadamente imaginada.
Aunque su muerte diera la alegría a los seres perfectos
y, al pie de su recuerdo, el homicida
los más turbios secretos recabara:
no se puede matar a una muchacha
que florece en los sitios despoblados de una última tregua
y en deuda con su luz
fomenta el caos
abierto el corazón.
Poetisas, dijeron.
Serán tibias
y falsas
y pequeñas.
Aunque seres livianos,
no tomarán altura porque son imperfectas.
Pero si alguna toca en la palabra
como el burro en la flauta
postulemos que es mucho hombre esa mujer
y no
que es mucha mujer un ser humano.