Sola
delante de los que cantan sin morir,
los que destruyen el tiempo
con sólo cerrar los ojos,
que aman sanamente
y han podido vivir sin tocar
la demoledora inercia de las palabras
con que se repite tu muerte
desde una mañana cualquiera.
Sola, sí. Un fantasma
que ya ni tiene nombre
porque su canto fue
la entrada y el camino
pero más allá no había nadie,
sólo una melodía lejana.
Sola porque ahora ella es nosotros mismos
del otro lado de la muerte.
La voluptuosa del silencio.
La desaparecida de su propio cuerpo.
Aquella que permanece al lado,
toda la noche
sin poder hablar,
cada vez que una niña muere en sueños.