Una tarde de Enero la nave perdió el rumbo.
A lo lejos,
el viejo marinero atisbó tierra firme,
oyó el suave murmullo de pájaros sin nombre,
la extraña melodía del Caballo de Troya,
y, peligrosamente, se acercó hasta la orilla.
Luego ya fue muy tarde.
El barco fondeó cerca de las sirenas
y Ulises, el más fuerte,
ya nunca volvería a las costas de Ítaca.