Elevados los gemidos al secreto
en la fragua abisal, abigarrada,
del insomnio que desvela
a los árboles enraizados en el mar
que a los sueños pertenece.
Dime, noche,
por qué te ocultas en el fluir
de los ovarios de la oscuridad,
siempre madre de caballos
que se desvían amaneciendo
penumbras y amapolas.
Como un cisne negro
enredas tus alas en el enigma
vertical de los lirios mórbidos
que te apresan en sus pétalos líquidos
como nenúfares ardiendo
en un océano en llamas.
Te elevas como un dragón
escupiendo estrellas malabares
por tu boca de helechos y pizarra,
niña que las manos posa
en el acerado vientre de los cuernos
de una luna estéril.
Renaces, con el parto de ti misma,
como un acordeón que se despliega,
como una piel que se desnuda
ante una eternidad voluble,
que ni nos ama ni nos odia.