Hace ya tiempo que mi Nochebuena
perdió el precioso puesto de la infancia.
¿Cómo es que hoy de repente,
a pesar de que seas sol lejano,
surge en mi corazón de nuevo
como antiguo rompecabezas
rearmado por los ángeles?
Cierto que ya no está la extensa mesa
del patio con las plantas, fuente y peces.
Ni perdura mi abuelo presidiéndola
con su risa silvestre y ojos jade:
aquel franco alemán, enamorado
más allá de la vida de mi abuela,
que a medianoche nos hacía beber
vino caliente
cual si La Habana en nieves tiritara
como la Selva Negra entonces
y hoy los Montes Pisanos.
En el valle de exilios que es Miami,
mi padre y yo estamos solos
esta Noche, buena sin dudas para quien
porta amor en la palma de la mano.