Vemos el sol girar alrededor de la tierra;
pero eso no es el caso,
giramos alrededor del sol.
Pensamos el espacio tal una gran caja vacía
en que brotamos y crecemos;
pero eso no es el caso:
el espacio crece.
Vemos el sol girar alrededor de la tierra;
pero eso no es el caso,
giramos alrededor del sol.
Pensamos el espacio tal una gran caja vacía
en que brotamos y crecemos;
pero eso no es el caso:
el espacio crece.
En el umbral oscuro la copa destelló
y en mi mirada se adentró
la filigrana de la plata.
Bebe ,dijo su portador:
Y bebí sus ojos en el vino.
Y bebí el vino en sus labios.
Y él bebió sus labios en los míos.
Esperaré paciente,
acechando, como un perro, el momento.
O me iré por la selva de tus versos
abriéndome camino lentamente
por ocultos senderos,
por pequeños resquicios
que has dejado entreabiertos.
Estuve con un joven
y supe al fin lo que era
el violento arrebato, la agilidad vibrátil,
cavidades melosas en la carnosa pulpa
suavemente entreabierta
hasta el linde dehiscente,
el perfecto engranaje,
la densidad precisa de jugos derramados,
la inclinación debida,
la posición exacta,
y la sabiduría del mutismo,
la belleza de un glande.
Diga pamplinas sobre la lengua exterior e interior,
me voy al huerto, voy a cavar,
Añés prefiere puerro este invierno,
preparo un bancal para plantarlo,
acaso mañana ya.
Adiós, Merleau-Ponty, Lacan,
Wittgenstein y compañía,
hombres letrados todos juntos,
que sólo filosofan
porque la criada lava sus calzoncillos,
plancha sus camisas, hierve sus sopas.
La mano en el saúco del leteo,
la sombra sigue insomne
de otra mano,
una mano que nombra,
que desbroza el camino,
que pasa a limpio
los nombres de las cosas.
Pero el rostro,
que nunca fue,
que no hallará reflejo
en unos ojos
fielmente vueltos ya
para siempre hacia sí mismos,
estalla por encima de los pasos
y deja que la aurora
con el sol lo arrebate y arrastre
por la terrible orilla de los tiempos.
Espera un momento aquí,
volveré.
Ante todo tengo que desaparecer
en mí mismo un rato, busco mi Creador,
Dios, algo grandioso, algo eterno,
algo que me satisfaga o que por lo menos
cause la impresión de que para siempre
permanecerá y cumplirá
totalmente.
Fue al alba,
perdona por la hora.
Tus párpados del sueño callaban
debajo de mi almohada
y al irrumpir la luz primera
se dibujó en el blanco
tu entrecejo fruncido
y tu voz murmuró unas palabras.
En el candil
dejaste un gesto de fatiga
y luego
tu mirada me llamó
desde las rosas.
Hormiguean
veinte millones en la ciudad de México.
¿Cuántos millones en Nueva York?
¿Cuántos millones en Pekín,
en Shanghai, en Hong Kong,
en Bangkok, en Hanoi?
Hormiguean en París diez millones.
¿Cuántos millones en Moscú?
¿Cuántos en Buenos Aires, o en Río,
cuántos en Londres?
¡Era una chica tan alegre!
En clase se reía sin parar.
Se equivocaba siempre en las declinaciones
y sin embargo podía hablar de todo
e incluso pronunciaba bien la r .
Ella me hizo leer a Nezval ya Jiri Orten
como quien no hace nada,
como si se tratara tan sólo de un azar.
Sé que en el fondo debo cantar,
debería vitorear: el avellano
está brotando, el cerezo florece,
y el melocotonero y el ciruelo; la primavera
llega, temprana e impetuosa, todo florece a un tiempo.
Todo florece y brilla el sol.
Alarmado lo veo.
Herido el árbol,
su fragancia me cubre,
¡oh amable delirar
mientras giran los astros!
Una llama seduce
el humo de los sueños que me acunan.
Vela mi corazón aunque yo duerma.
¿Es inhumano lo que quiero?
La vida me muestra las frutas
y la sociedad dice: ¡déjalas!
Es inhumano lo que la vida
Y la sociedad me hacen.
Sólo cuando me refugio -se llama resignación eso,
eso es humano, dicen-
después de un rato ya no siento
cómo el cuchillo talla mi carne
y ellos roban -inhumanos- la libra entera.
Mueren las rosas
a pesar de la lluvia.
Mi corazón doliente
poco alimento
puede cederles ya.
Dame la mano.
Tu agonía
en la mía
logrará ser más fuerte
que el agosto
y teñir con su sangre
ese desesperado
último aliento,
cerrar el grito
que nos lanzan
desde el color marchito
que casi envuelto en oro
amenaza irremediablemente sus corolas.
¿Ves tú la interrelación?
Para eso se necesita un corazón,
eso es el primero
y después un amplio, un grande,
un sanísimo sentido común,
algo creciendo desde bajo la tierra,
ortigas y cardos, la plena lozanía,
algo natural
como el sol, como el instante
al lo que sigue otro instante,
un trueno después del rayo
para quien sobra.
Isla del suicidio
en apariencia muda,
arranca la sonrisa
de tu cara.
Muestra la ambigüedad
de tus aromas,
de tus viejas
cuyos ojos vuelven la espalda,
de tus hermosos jóvenes con la mueca drogada.
En tu silencio, isla,
hablas y hablas,
pero no se limita la opción
a tu propuesta
entre el pasado la nada o la distancia
No,
no se puede salir, dice Holan,
por puertas
que en las paredes
están
sólo
pintadas.
¿De dónde la locura en nuestras cabezas?
Ves a millones creyendo
y no das crédito a tus ojos. A millones
los ves listos para morderse
la yugular unos a otros porque
no pertenecen a la misma tribu.
Se desprecian unos a otros, reniegan
unos de otros, se asesinan unos a otros.
Los latidos estallan en mis labios
que ya apenas murmuran:
come, death, and wellcome!
Sobre el ansia desértica
de tu carne de agraz arboladura
la luna se desmaya
cubriendo de pudor
descuartizados miembros,
que en la sangre recogen
el aullido cortante,
los amorosos restos de mi cuerpo.
«No sé si puedo hablar,
no sé si puedo pensar.
No sé donde está África o Rijmenam,
no sé que la tierra es esférica,
ni que el sol no se levanta,
ni que el agua es H2O,
y tampoco que E es igual a m
multiplicado por c al cuadrado.
¿Las dimensiones de Rijmenam? ¿Qué piensas?
Mira por mi ventana un instante
y dónde termina
haz el favor de decírmelo.
Siglos hace que miro por mi ventana:
Nuevo México, Manila, Moscú, Londres;
veo lo insignificante, Rijmenam,
las aguas de la Dila, el océano.
Me dejaré morir en tu silencio,
que de noche me diste de comer
los frutos del cerezo
en tu alcoba de sombras
sangrantes de perfume
y nada más deseo.
Me dejaré morir en tu silencio.
Estoy en Rijmenam pensando:
quieren parecer grandes en la opinión del otro;
se arrastran por la escala siempre más alto,
siempre más dinero y más honor,
siempre más cabildeo, alzando el gallo más y más;
y yo con gran asombro estoy mirando aquí.
Me he despertado de pronto,
tú me estabas gritando enfurecido
destrozabas la noche,
rompías en pedazos la materia.
He comprendido entonces
tu obsesión
por las manos manchadas de sangre
También yo mataría,
incluso a ti:
me haces soñar sin tregua,
no me dejas dormir.
Hombre, hombre, ¿qué haces cuando sabes
que no puedes saber?
Universo o Rijmenam, la autoconciencia,
personalidad, el origen de la célula;
toma cualquier punto que
sirva de punto de partida,
toma Dios si hace falta.
Ningún punto es un ‘iluminado’ principio.
Soy hermosa y mi piel es suave
y el viento del mar me devuelve rocío
de tiernas tersuras.
Mi cabello perfumo y adorno de áurea madreselva
y mi pecho es redondo y casi virginal.
Tuve un amante que ensalzó mis caderas
y mi forma de amar intensa y silenciosa.
Cerca de la ventana en Rijmenam
contemplo el campo,
hasta el Mar del Norte
millares de años.
El agua alcanza océanos;
trazo una huella de navegación;
millares de años
alrededor del mundo.
Delante de mi ventana en Rijmenam
muchedumbres pasan,
mil millones los vencedores,
mil millones los mártires
aherrojados y esclavos;
millares, millares de años
alrededor del mundo.
A veces el poema es el objeto o don
y con más evidencia
pone de manifiesto ese propósito:
dar luz a una palabra
sin quitarle su magia
o ser depositario
de una visión o de un sentir
que toma cuerpo
en sílabas contadas.
Rijmenam, penumbra, noche.
Sosas, las noticias en la tele:
exterminación étnica en los Balcanes, en África, en Timor,
medio millón de muertos, cadáveres, calaveras.
En mi propio país un asesino violador de niños
y su mujer. ¡Venga ya! ¿Es verdad?
Me has acorralado
y con odio agarrado mis solapas,
me has empujado hacia un rincón
y me has golpeado
hasta dejar tinto de sangre
el aire mismo,
y así y todo,
he aquí que todavía me levanto
y mirándote te digo:
ahora mismo,
en este momento lo decido,
haré donación de mis ojos
aunque tenga que llevarlos
mi asesino.
Algún día hallaremos la fórmula
que nos indique la vastedad del universo
y la amplitud de nuestro corazón.
Algún día hallaremos la clave
en que ha sido compuesta la música
de las esferas y la encerraremos también
en nuestro corazón, levitados
canturreando satisfechos:
¡lo hemos conseguido!
¿Oyes esa música
que cruza como luz la oscuridad
mientras la oscuridad gira
y yo con ella?
¡Con qué fuerza
se abre paso
y llega incluso
a mi lugar más remoto
cercado también de sombras!
Pero el latido
que brota allí
nadie lo oye.
Por una vez quiero todos mis pensamientos juntos,
una vida entera, mil quintillones de ficheros,
que abarco de un vistazo.
Temo que me cubran por completo,
enano entre rascacielos
que se espesan sobre mi cabeza.
Entonces desde dentro se vuelven arena
y se derrumban, una loma como una pirámide,
y nadie nunca sabe ni qué ni por qué.
Paso a paso
Desconfía de aquellos
que no han considerado nunca
el suicidio.
Van haciendo paso a paso el camino,
cegándose al abismo que siempre acosa al hombre
Entran en la matemática rueda
de la materia.
Se hacen invulnerables a la desesperación.
Prisionera de un pánico invencible,
y aunque sé de la inutilidad de todo sueño,
desde esa cárcel torturante que es la vida,
pido la autonomía total del hombre
y el derecho a no justificar para nada
su existencia.
Revuelta con el viento
mi alma has arrastrado
hasta la orilla de tu alma.
Mas mi cabeza
anclada en ese cuerpo
se revela contra la distancia
y poseída asedia tu aislamiento.
Te busca fieramente en tus palabras
con los ojos heridos
en medio de un incendio.
¿Es eso la vida?
Empiezo con ella, cada día de nuevo.
Afilo mis cuchillos,
cargo revólver y fusil.
Y me digo a mí mismo: pobre cabeza,
venga, vamos a pasearnos un poco
al sol.
Él brillará por siglos.
Cuando es de noche, expulso mis pensamientos,
mis sueños, y me duermo…
al alba me despierto otra persona.
Llegan al rato, llegan
uno por uno y los reconozco,
no los reconozco.
Tengo que arreglarlos. Los arreglo.
Se adaptan a mí o no,
y ocurre que entiendo.
Ya se acercan las manos,
innumerables manos,
negras manos,
a cegarme los ojos,
a detener mis piernas,
a secarme las venas,
a posarse insistentes
a lo largo del cuerpo
y dejarlo sumido en lo negro.
Harán saltar la lengua,
los dientes,
corazón y riñones,
intestino y cerebro…
Amiga de la entraña, tan lejana,
acércate un momento
y con tus juegos
distrae esta terrible oscuridad.
Procura, Dios Bueno, que existas:
procura que seas grande y bueno,
tan grande y bueno que puedas
ocuparte un poco de los hombres,
que puedas ocuparte un poco de mí,
mira, allá por abajo en Rijmenam;
recógeme de la dispersión de
pensamientos, sentimientos, instintos,
-tú sabes- de toda la psicología;
juntos recógenos todos de la diáspora,
la inexplicada confusión;
procura que domines el caos,
porque algo tan horroroso no puede jamás
estar procreado por un Dios.
Tantos siglos pasan en el mundo
y el hombre va paso a paso arrastrando los pies
por su historia,
una lucha incesante
contra miedo y fábula.
Se oyen vítores y triunfo
Esplendidísimo: ‘vae victis’,
¡mátalos!, no hay nadie
más poderoso que yo, Alejandro; que yo, Hitler;
matamos el miedo.
Todo el proscenio fuera de Rijmenam,
por todas partes salpicones,
proyectil de flores taladradoras, luminosas,
sacacorchos hecho de estallido tras estallido,
cielo lleno de piel restallante,
salpicadura de sangre.
Bala, cohete, misil,
alto, más alto, altísimo,
a codazos y patadas encarna
estridentemente el cliché: combate es la vida.
Coge a uno de los siete de la mano
y llévalo a Blancanieves.
Tan pronto como concibe lo que ella
tiene escondido bajo sujetador y braguitas,
agarra la manzana y muerde.
Cuando viene el príncipe
y la besa, sus entrañas
se desgarran.
Cuando descorro las cortinas,
toda la escena florece:
magnolia, cerezos, melocotonero
y ahora las lilas estallan
con suaves sonidos de púrpura,
el golpe en el gong.
Aquí estoy vanagloriándome
en medio del gran desperdicio:
mil millones de flores de cerezo de mi jardín
se hielan en una noche.
Estoy tumbado aquí con toda mi filosofía
en mi sillón en Rijmenam.
Fuera, la niebla flota. Gris
se desliza por la ventana, gris pálido.
La calefacción susurra un murmullo.
Poco a poco hace maravilloso por aquí.
Cruzo los brazos sobre mi vientre,
cierro los ojos.
¿Cómo va el mundo, Rijmenam?
¿Matan a golpes a los hutus en Ruanda todavía?
Los cadáveres salían de la pantalla,
medio millón de esqueletos en una semana,
cómo apestaba allí con ese calor,
nadie para enterrar muertos durante
la fiesta de larvas.
Sesenta y ocho y estoy sentado aquí
con mi añoranza de
antes de cincuenta años,
como si ella llegara al fin,
se desnudara
y en ella metiera yo
mi beatitud.
Sesenta y ocho y estoy sentado aquí
con mi perspectiva de
mil millones de veces, mil quintillones de años,
y de todo lo que he esperado
o creído o con lo que nunca he podido soñar
ni pizca, por muy poco que sea,
es verdad.
Tienes que verlo:
verde bajo sol, en todos los tonos;
detrás, todo un campo de manzanilla
en ondas blancas;
y ahí dentro, una mancha acre rojo, más rojo, rojísimo,
seis veces amapola.
Tienes que verlo en Rijmenam:
la alameda hacia nuestro campo bajo el sol,
después de ella, la casa oculta;
y ahí dentro, ella, Añés, el rojo ardiendo
entre el rojo vivo de nosotros,
cuatro veces amapola bajo sol
de cada niño nuestro.
Lo único que pasa aquí es el tiempo.
Canto en todas las tonalidades de poesía,
dichoso estoy cuando cierro los ojos
y dormito, ¿quién sabe?, duermo.
Y sueño.
Salimos de mañana
miramos a lo alto y elegimos
el rumbo donde ninguna nube
nos moleste.
imposible saber cuándo
comienza el grado cero
relámpagos mojados cubren la cara
hacen gente torpe
es que
incapaz y débil
no puedo saber
mi amor amado
en qué momento
te hiciste un trozo de eternidad
llueve el toldo verde
las cartas
los retratos se mezclan
están los hijos y los hijos
una mujer mira todo
reduce la ciudad para poder decirla
no hay dimensiones
no hay distancias
el techo de jazmines
del gran patio del pasado
abre la vida de la mujer
ahí está en los grandes resplandores de la lluvia